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Abril

Cuando Abril llega a la estación, ha olvidado qué hace allí. Los viajeros pasan de largo con sus rostros contraídos, consultando nerviosos el reloj. Ninguno presta atención a la pureza absoluta de Abril. A nadie le importa que se haya perdido en la desmemoria. La estación late bulliciosa con la llegada apresurada de los trenes que parten airosos poco después de descargar empujones, codazos, maletines y zapatos de tacón. El andén se llena y se vacía incesante pero Abril permanece en su estatismo sin saber qué hace allí.

 

Nada mejor se le ocurre que sentarse en un banco y esperar contemplando a la gente. Pero la gente no contempla Abril. Del tren número catorce se apea una anciana, arranca una flor del pecho de Abril y se la coloca en el cabello. Del tren veintidós desciende una niña y estornuda sobre el musgo de las rodillas de Abril. Del veintinueve, baja una poeta y se atreve a mirar dentro de los ojos de agua de Abril. Y entonces Abril llueve como solo sabe llover Abril. Cuando siente llegar el tren treinta, Abril no lo piensa y se lanza a las vías.

 

Y así muere otro Abril.

 

Aroa Cangueiro

Ciudad Nocturnal

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