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Corderos con piel de lobo

 

Desde pequeñitos, aunque uno haya vivido en el mundo civilizado de occidente, hemos tenido que aprender a sobrevivir en nuestro entorno. Cierto ahora que eso que conocemos por bullying parece más real, pero siempre ha habido niños cabrones que han querido humillar a otros más débiles, más pobres, más bajitos, menos guapos o no. Al que destaca por diferente (por más inteligente o hermoso) hay que machacarlo. No sé si antes era más fácil hacerse fuerte, aprender de forma natural lo que se llama ser resiliente. Uno se escondía en los libros, en la música o en una pandilla de iguales. Ahora a esa gente se las denomina otakus o anteriormente friquis. Siempre ha habido raros incomprendidos, gente diferente que desde la niñez no han sabido adaptarse a las reglas de normalidad de ser un facha desde la cuna o un skin head muerto de hambre pero orgulloso de una bandera.

 

Antes la violencia se ejercía en las clases, en los patios, en las calles y uno aprendía a hacerse fuerte en esos contextos y llegaba un momento en que si había que dar un par de hostias, se daban y ese día era glorioso: el rarito había fostiado al matón después de un aguante de años, de haber estado agachando la cabeza a diario y haber ensayado la frase ante el espejo tarde tras tarde: vete a chupársela al facha de tu padre, mamón, que seguro que le gusta.

Corderos vestido de lobos: la supervivencia de los buenos que deben enseñar los dientes para espantar a los lobos con piel de cordero. Quién es quién en este juego social, dónde está la fiera letal que se tira a la yugular con la sonrisa entre los colmillos. Ante esta mueca de falsedad  se opone la mirada severa de quienes no se andan con chiquitas. Anda y vete a tomar por el culo, jodido farsante. Eso es lo que dice la mirada del cordero vestido de lobo. Cordero pero no borrego, bueno pero no tonto. A ver qué te vas a creer, ¿que me chupo el dedo?

De adultos, está el tipo educado y sonriente, el adulador sociable que va dando palmaditas en la espalda y preguntándote por la salud de tu familia, qué tal los tuyos, qué bien te veo. Puede ser el directorcito de la sucursal bancaria de la oficina a la que vas a sacar tu dinero o un compañero aparentemente desinteresado. Desconfía de los favores que no has pedido. En definitiva, de cualquiera que se te acerca sospechosamente amable. Cuánto lameculos, cuánto culo lamido en este juego de la hipocresía diaria que, tarde o temprano, acaba terminando en puñalada.

Cualquier casino de pueblo, cualquier bar de barrio tiene una parroquia de mal disimulados lobos que, como en el cuento de Caperucita, son delatados por los pelos que les salen de las orejas, por las miradas esquivas, por las tensas sonrisas que presagian la inminente dentellada. Se masca la agresión, la risotada, el comentario hiriente o la falsa preocupación por la debilidad o la desgracia del de al lado. Es el territorio mal domesticado del rencor por el rencor: al que piensa diferente, al que un día se atrevió a pronunciar un comentario ideológico o futbolístico disidente, habrá que hacerle pagar cara su osadía y para eso está la manada, la jauría, que no puede permitir que nadie destaque, tenga éxito o gane honradamente más dinero que el resto. Porque, en el fondo, todo se reduce a eso, qué mal llevan algunos el sospechar que otro es más listo, más guapo, más feliz, que folla más y mejor, come y bebe lo que quiere, viaja a donde quiere sin tener que ir por ahí aparentando lo que no es.

Otro tipo de cánido pernicioso y letal es el falso humilde. Personalmente, prefiero a un verdadero soberbio por muy desagradable que me resulte esa chusma que va haciendo alarde de su zafiedad. Encuentro mucho más dañina la falsa humildad del lobo disfrazado de cordero, del macho alfa que piensa que lo tiene todo controlado, que despliega una generosidad humillante ante la manada servil o el rebaño agradecido. Ostentación de magnanimidad, discurso irrebatible. Quién va a atreverse a decir este tipo es más falso que Judas. Pobre Judas, quizás el menos falso, el que lo vio todo con claridad, el que sabía que no era digno de tanta grandeza, de tanta grandilocuencia. El chivo expiatorio, la cabeza de turco, el que posibilitó lo que vino después. Hacía falta un traidor y él se ofreció. Si hubiera sido un tipo realmente despreciable e interesado, no habría acabado colgando de un árbol. Los corruptos no se suicidan de esa manera. Los corruptos cogen las monedas, se acostumbran y buscan más billetes sonriendo a unos y otros, adulando y siendo adulado. Blesa no se suicidó.

En toda manada servil hay un díscolo, en todo rebaño está la oveja negra. Madurar no es claudicar, madurar es posicionarse y  saber desenmascarar a tanto farsante. Apuesto por el que prefiere retirarse y aislarse. Quién es el misántropo, ¿el huraño o el que aprovecha el juego social para irse abriendo paso a codazos disimulados? Ay, perdona, no te había visto, ¿estás bien?

  

It`s all the same, only the names will change. Cambia el formato, cambian los tiempos, quizás hoy todo sea más turbio y en el fango de las redes sea más fácil excluir a un niño, a una niña, del grupo con solo  darle al botón táctil: fuera del grupo, aniquilado en un milisegundo. También en el mundo de los adultos ocurre, existe quienes quieren apartar al otro, deshacerse de él, que caiga en desgracia, condenarlo al ostracismo. Quien vale deja en evidencia a los haraganes, a los ineptos y eso no se puede permitir. No hace falta la palabrería, bastan los hechos y por eso no agrada el que hace su trabajo bien, el que no se somete a las reglas de la adulación. Hay que resignarse a ser mediocre y a no destacar. El que no lo haga está muerto, lo van a excluir.

Hace un tiempo me llegó un vídeo en un grupo de whatssapp de gente apasionada por la alta montaña, no de senderistas cualesquiera. Las imágenes eran fortísimas y helaban la sangre. Se trataba de un lobo que se acercaba a un perro enorme atado a una cadena gruesa. El lobo avanzaba lentamente hacia el perro en actitud sumisa, la cabeza gacha, el rabo entre las piernas. El perro bajó la guardia y dejó que el lobo se pusiera a su lado. En un abrir y cerrar de ojos el lobo le cercenó la carótida, tras lo cual la batalla estaba perdida. A pesar de la inútil resistencia del perro, cuyo corazón aún latía, el lobo, en un movimiento estudiado, tiró hacia atrás con una brutalidad inimaginable desencadenando al inmediato cadáver del confiado animal. Se lo comió fuera de pantalla.

De eso se ha tratado siempre, de no confiarnos. Mejor mostrar las fauces desde un principio, mejor no dejar que nadie se acerque, mejor que nos tachen de lobos antes que dejar que un falso lobo nos degüelle. 

Dante en bañador

Hispanista sureño

Noviembre/2024

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