Homo sexualis
No, no es una errata, el título está bien escrito y no va sobre la homosexualidad, al menos no se va a centrar exclusivamente en ese tema concreto porque, entre otros motivos, no tengo experiencia propia en la materia a pesar de que alguno de mis conocidos haya insistido en que no sé lo que me pierdo y advertido que nunca puede decirse de esta agua no beberé.
Pues ni aguas no probadas ni a la vejez viruelas, que uno ya es mayorcito, sabe muy bien lo que no quiere y, aunque pueda estar de vuelta de todo, no tiene por qué cansarse de lo bueno para ir a atragantarse con platos exóticos, que no es de buen gusto obligar a nadie a que se indigeste con surtidos de morcillas variadas ni berenjenas a la mostaza, a pesar de que digan que en la variedad está el gusto y que para gustos, los colores. En este sentido, me considero mucho más básico y rudimentario y prefiero otro refrán o dicho mucho menos enojoso y ambiguo: tiran más dos tetas que dos carretas, que, por muy vulgar que pueda resultar, simplemente se usa para indicar que para un hombre (entiendo que para una lesbiana pudiera valer también) el atractivo de una mujer puede llegar a pesar más que ninguna otra consideración. Y que no me vengan con ñoñeces, tipo de las de El Principito, de que lo esencial es invisible a los ojos, que en esto del sexo lo esencial es lo que salta a la vista. Por otro lado, que conste que a mí las únicas tetas masculinas que me hacen gracia son las de Richard Waterson, el padre de Gumball.
Pese a lo que pueda desprenderse de todo lo dicho anteriormente, debo confesar que soy un homo sexual o sexualis. Así, escrito por separado, un hombre sexual dotado naturalmente de sexo y de apetitos sexuales. Por si acaso alguien no había caído, homo es por un lado un prefijo de origen griego que significa igual pero, por otro, es un sustantivo latino que significa hombre. Así que soy eso, un hombre sexual como otro cualquiera, es decir, un homo erectus que se incorpora erguido e incluso erecto al nuevo día.
Llegados a este punto, creo que debo centrar el tema o reconducir el asunto, que no era otro que el de la sexualidad de homos y mulieres sexualis, que digo yo que habrá que incluirlas también a ellas dentro de los géneros humanos prehistóricos de los habilis, erectus y sapiens, aunque todavía no se haya dicho nada ni se hayan hecho las correcciones oportunas en los libros de texto cuando se trata el asunto de la prehistoria. Tardando están en poner mulier porque, que yo sepa, también eran hábiles, caminaban erguidas y siguen siendo muy sabias.
¿Y qué quería decir sobre la sexualidad? Pues nada realmente, simplemente que me dejen en paz, que me trae sin cuidado lo que a cada uno le dé gustito, que nadie es más que nadie en este terreno y que cada cual se las apañe como pueda sin necesidad de ir por ahí dando lecciones de modernidad. En este sentido, ser homosexual, por ejemplo, no te da un plus. Te ponen los de tu mismo sexo. Perfecto. Pero es a partir de aquí que tienes que demostrar qué tipo de homo o mulier eres: un buen individuo con más inquietudes que su propio ojete o alguien que se cree más que nadie por el simple hecho de su orientación o identidad sexual.
¿Por qué digo todo esto? Porque lo bueno, si breve, dos veces bueno y porque lo poco agrada y lo mucho enfada y así a los que se pasan el día hablando de lo que follan con unos, con otras y otres pues que con su pan se la coman y a los que nos califican de heteros inflexibles por no querer probar la butifarra, pues sí que lo somos, a mucha honra, y miedo nos da que nos la quieran meter doblada en todas sus acepciones con esto de las viejas y nuevas sexualidades.
Está claro que desde siempre ha habido gente para todos los gustos y está claro también que ha habido épocas oscuras donde han querido castrar los instintos más elementales e íntimos de la población para tenerla sometida. Sin ir más lejos, mientras los ricos franquistas celebraban todo tipo de orgías en sus pisitos y cortijos, para el pueblo llano fornicar era pecado y la homosexualidad era un delito. Eso, afortunadamente, aquí quedó muy atrás y todo el mundo entiende que una vida sexual sana es fundamental para el equilibrio mental y que a trabajar hay que ir bien follado. Pero a partir de ahí aburre mucho tanto teórico-práctico del amor libre y otros berenjenales, nunca mejor dicho, de la identidad polisexual.
Como todo hijo de vecino tengo varios amigos y conocidos homosexuales o bisexuales o polisexuales e incluso transexuales. Por simple estadística cada cual tiene que tener varios y a todos nos gusta decir que los tenemos para mostrarnos modernos ante el mundo y libres de toda sospecha tanto de homofobia como de homosexualidad. A uno de ellos, con el cual he tenido el placer de hablar muy a menudo, le gusta repetir la frase de que follar está sobrevalorado, se lo he escuchado ya muchas veces, parece que le resulta una sentencia profunda porque la pronuncia como si encerrara la solución a todos los misterios de la vida. A mí también me parece una frase acertada pero en sentido opuesto: mientras que él se refiere a que es algo a lo que no hay que darle importancia y que se puede ser promiscuo alegremente y estar todo el día policopulando a diestro y siniestro, yo me inclino más a interpretarla a que eso de la promiscuidad es lo que está sobrevalorado. No por mucho follar amanece más temprano.
En un programa de tertulianos de hace no sé cuántos años se habló, como tantas otras veces ya se había hablado antes, sobre sexo. Lo recuerdo como si fuera hoy pero serían quizás principios o mediados de los años noventa y a la mesa se sentaban personajes variopintos. Entre ellos se encontraban el cantante Ramoncín, en calidad de picha brava, y una monja que era virgen y decía no haber sentido nunca apetito sexual alguno. Esto causaba absoluta incredulidad en el cantante, quien llegaba a mofarse de la religiosa diciéndole que no sabía lo que se perdía, haciendo la típica alusión a cirios pascuales y recomendándole un árbol que él conocía en El Retiro que tenía la inclinación perfecta para la práctica del sexo.
Pues a esto me refiero, a que nos dejen tranquilos con tanta lección, no vaya a cumplirse eso del dime de qué presumes. Por mi parte, desde la virtud del término medio, y aunque disto mucho de lo que pueda experimentar una religiosa en celibato absoluto, sí que puedo entenderla del mismo modo que entiendo también al que vive sin vivir en él detrás de todo culito que se menea por estos lugares de Dios.
Dante en bañador
Hispanista sureño
Septiembre/2024