Morirse no está tan mal
Todo está lleno de dioses
Tales de Mileto
Morirse no está tan mal. Cierto que la velocidad del engranaje cerebral es incómoda y el zumbido de las ondas delta, theta, alfa, beta y gamma, inquietante. Y esa voz aséptica: Transfiriendo información desde Materia, cuarenta y tres, sesenta y ocho, noventa y cinco. Felicidades, Hiperconciencia alcanzada. Información transferida con éxito a Consciencia Madre. Entonces los fogonazos; lunares de Kusama orgasmo en sábanas blancas dos violines en La menor hoyuelos de Elli palomitas de maíz especias del Zoco voz de papá salías del templo un día Llorona baldosas azules mordisco de sandía La extracción de la piedra de la locura mirada alucinada de Jota viñedos de la Toscana acordes de Lake of fire.
Después el mar calmo y turquesa y esa playa, la de Caldetas. Al fin desvestirse del peso, la piel, los huesos. Y ondear sobre el sendero de arena plata bordeado de pinos. Ondear en movimientos circulares como hace una hoja al caer.
No, morirse no está nada mal. Quién querría volver a la angustia de interpretarse y a un cuerpo que se duele cuando puede ser una tortuga carey que nada en aguas tropicales, un ave migratoria que sobrevuela África, una osa polar que juega con sus cachorros. Quién querría volver a la soga del yo, a la inmediatez del deseo, al despotismo emocional cuando puede ser la savia de las jacarandas, una brizna del desierto o una célula procariota. Espera un momento, ¿oyes esa vibración?
Morirse es lo más, la verdad. Como una blanca noche de insomnio sin ansiedad ni rencor, sin pensar en lo que pudo haber sido o en lo que vendrá. Porque aquí en Consciencia Madre no existe el futuro, todo es ahora y a la vez. El tiempo es elástico y leve. Es sin ser. Desconozco si es posible la comunicación con los vivos pero no me interesa. Ya entenderán cuando mueran porque Consciencia Madre es fácil de entender. Consciencia Madre es más parecida a la belleza simbólica del Tao Te King que a la desquiciante fenomenología de Hegel. Consciencia Madre es la incógnita, el hogar, el núcleo, la unión de consciencias subjetivas. Consciencia Madre es todas las cosas. Pero no todas las cosas son Consciencia Madre. Es lógico, las experiencias vacuas deben descartarse, solo se transfieren las de quienes vivieron comprometidos con su instinto y atendieron sus pasiones. Las de quienes creyeron sin ver y soñaron sin necesidad de dormir. Las almas bondadosas, las desahuciadas, las que sufren, las despeinadas, las suicidas. Esas locas. No importa si amasaron pan o hicieron revoluciones, si fueron curanderas o asesinas, artistas o artesanas.
¿Lo has oído ahora? Sí, ese zumbido es la muerte. El ruido está demasiado cerca, se expande, se materializa, invade mis recuerdos, me emborrona. Muero pero al revés. Los tentáculos del ruido me empujan al sinuoso sendero bordeado de pinos frente al mar calmo y turquesa. Mis pies se hunden en la arena plata. ¿Por qué vuelvo a tener pies? Me arrastro por la arena de esquirlas hasta llegar a la playa. Aún recuerdo esa playa, la de mi anterior infancia. Las olas me acarician, me invitan a adentrarme en el agua. Floto con brazos y piernas extendidas sobre la superficie, había olvidado esa sensación, el vaivén en el ombligo, estar viva. Me sumerjo por completo. Los rayos de sol trazan diagonales en la profundidad marina, se reflejan en las escamas doradas de los peces. De pronto no necesito respirar, la inmensidad del océano empieza a decrecer, se redimensiona entorno a mí.
El mar ya no es salado, ahora es dulce. El mar ya no es azul, ahora es rojo. El mar ya no es mar, ahora es el líquido amniótico de una placenta.
Aroa Cangueiro
Ciudad Nocturnal