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Una cerveza con Snowden


Ojalá todo fuese como esta cerveza de después de la playa: "Eros crepuscular" rodeado de amigos y un culo de postal. Ojalá se quedaran las sonrisas en pause y no cesara la quemadura interior, la posibilidad de todo y la ilusión radiante por escribir desviviéndome. Ardo a intervalos. Son momentos que alcanzan la dimensión de una gran escena, de una despedida enamorada, de la impaciencia de antes de la ducha cuando se presagia un fiestón. Ardo si la noche se confunde con el mar en un solo color, si una luna difuminada nos revela una sensación no vivida hasta entonces. A la mínima mirada o contacto me estremezco. La levedad marca mi destino. Con cuatro o cinco copas encima, en medio de la danza del desenfreno, suelo imaginarme otros planetas por descubrir, muy lejanos, salvajes y verdes, mucho menos poblados que el nuestro y más avanzados en tecnología y medicina. Pero no hay nada más realista que una resaca: la atroz mañana de una mente a la que le pesa una eternidad cada pensamiento, el ocaso de los sueños de anoche, la cama sin otra respiración al lado y la flacidez antagónica al atleta. La situación es caótica, muy alejada del anuncio típico de cervezas de los veranos. Somos una sociedad deshumanizada, infantil en los temas trascendentes, madura para andar por casa. Somos la generación más consciente de todo el daño que sufre y ha sufrido la Tierra. Aun así, pocas veces vamos más allá de las palabras y no creemos en su capacidad transformadora. No dejamos de ser niñatos de países ricos muertos espiritualmente. No vamos a cambiar lo suficiente como para sanar la enorme herida abierta.


El supuesto mundo adulto ve pasar la vida como si todo fuese un programa de televisión. Aunque existen honrosas excepciones a imitar, que se juegan hasta la integridad física para que tengamos una forma de estar en el mundo acorde a la magnitud de la vida. Son la otra cara de las pantallas. Su sonrisa no es una sonrisa estudiada. Se dan en cuerpo y alma a una lucha global, mientras los demás estamos preocupados por nuestro insignificante ego o la última pamplina. Son personas con las que me encantaría compartir una cerveza en algún recoveco íntimo y escucharlas sin testigos. Con su cara de hombre bueno, sus gafas de montura al aire (creo) y sus camisas impolutas, Edward Snowden representa la más alta nobleza de conciencia. Abandonó una gran comodidad material y el paraíso tropical de Hawái, para denunciar la distopía orwelliana en la que vivimos, vigilados por unos gobiernos conchabados con las grandes empresas. No hay respiración que no sea computada y no existe la libertad si no es secreta. Snowden supo ser de los primeros en señalar uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, indicando el camino a seguir para tener una Red libre. Pudo quedarse para siempre con un bañador de flores, la cartera caliente y un botellín en la mano trabajando para NSA, aunque finalmente apostó por ser el nuevo paradigma "revolucionario" exiliándose de los Estados Unidos. Sin usar ningún tipo de violencia (no todos pueden decir lo mismo) nos ha dado una lección histórica y un ejemplo de compromiso. Salvando las distancias entre él y yo, pienso en qué podría imitarlo, qué camino de no retorno emprenderé al terminar de escribir. De pronto abriré otra cerveza y prometo disfrutar de cada sorbo mirando duro y penetrándome.


Imagen de la propia web


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