Robespierre: un impotente mental
No perderás a tu sombra ni un instante y claro que sentiremos miedo pero al miedo me enseñaron que se le coge de la mano y se sigue caminando. La única evasión posible es ampliar la realidad, manosearla, hasta el punto de desvestir la farsa. Nos adentraremos en las entrañas del presente mientras dure la música. Así es el designio del creador, jugándosela en cada coma, valiente al firmar lo que escribe.
Y por qué La muerte de Danton y no otro libro me dio el impulso para empezar estos escritos, se preguntará el lector (si es que existe el lector). Por qué un personaje real del siglo XVIII para expresar toda mi rabia y amor, mis temores e ilusiones. Por qué esta increíble obra de teatro de Georg Büchner y no una más cercana y reconocible, algo para todos los públicos como un superventas literario o una película taquillera.
Pese al cansancio de las repeticiones, a veces sobreviene lo inexplicable e inesperado, lo sorprendente. Bastó un buen vino, una terraza de verano y una grata compañía, la de David Rocha, para que Büchner me mirara fijamente a los ojos y me diera su consentimiento, por ser creyente de la vida, por saber cómo quema, por entender el abismo de los errores cometidos y provocar lo contrario a lo soñado. Danton sintió pánico por las muertes inocentes causadas por su revolución. No hay muerte que no sea inocente llegaría a pensar y puso su otra mejilla a Robespierre y a los fanáticos dementes de ojos vidriosos y ensangrentados.
Büchner concentra todos los temas trascendentes de la existencia, alcanzando un grado sublime. Sus escenas te llevan al fondo más desconcertante y humano de las personas y a lo más escalofriante y aterrador de la Historia. El espíritu del dramaturgo alemán se me incrustó en la conciencia y aún no ha salido. El amor de la amistad entre Camille Desmoulins y Danton, junto con su destino común de la guillotina, me sobrecogió de forma bestial y me enseñó el horror de un mecanismo monstruoso. Fueron revolucionarios engullidos por su revolución. No pudieron soportar que su utopía degradase en una pesadilla. El terror ensombreció cada latido cotidiano: los paseos, las conversaciones, los juegos. Secuestraron los espacios públicos y acabaron con los templos privados.
Paremos un instante la lectura e imaginemos la ciudad de París, Barcelona o Madrid, llena de cabezas cortadas y apiladas a las puertas de un centro comercial o del chino donde compras el pan. La imagen es impactante y desoladora, hay una nube negra tras la combustión de los cuerpos y el olor es insoportable. Nada justifica la pérdida de tantas vidas. Resulta increíble cómo, desde sectores supuestamente de izquierdas, todavía se justifica, o se pasa por alto, periodos de represión y falta de libertad. Si algunos se empeñan en afilar guillotinas, hoy puede ser un buen día para repasar lo que subrayé en La broma de Kundera. Otro gran libro contra la barbarie.