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España portuaria


Nunca he sentido la llamarada tan fuerte como este verano: la persuasión de un Mediterráneo que me desborda. Otros años compuse un sueño sabiendo de antemano que no pasaría de ser literatura fantástica o los mejores versos para un final de poema. Navegar es el verbo que más me acerca a la vida y más me apasiona, abandona lo estipulado dando al viaje su sentido más auténtico, haciendo del anhelo de las orillas rostro solar y alma de marino. Reír, bailar, hablar, leer, pensar y amar se puede hacer en un velero que ama la libertad de lo desconocido, el vértigo, la desubicación y pone los pelos de punta al divisar bahías exóticas, con colores y sonidos impresionantes para desintoxicarse.

No me refiero a navegar en un yate que se compraría cualquiera si le sobra el dinero. Es una cuestión de carácter, de humildad y bohemia, la sangre de una Iberia marina, navegante y aventurera, el espíritu que transforma tres maderas en oro interior, esas miradas celestes y profundas, capaces de dar el salto definitivo, dejando atrás los agravios y la guerra sucia de los terrícolas mediocres.


Agasajen al marino si alguna vez, al traerse la noche consigo, golpea al alba en vuestra puerta; si tiene sed de dulzura e intimidad después de tantos espejos de sol y lunas de escamas. Su lucha y su amor son el mismo elemento. Su saudade, valentía y claridad forjan una leyenda a la que rinden culto las narraciones más bellas. Poeta y guerrero protegen al marino. Músico y pintor le mecen encima de mares de leche eterna, por las que vuela el pensamiento entre rocas y la sangre turquesa de delfines recién nacidos.

España, gime tu nombre en la oquedad donde se juntan el silencio y las olas. Susúrrame en la noche más romántica y ardiente sobre la iluminación sonora de tus ciudades portuarias. Que nunca se confunda el defenderte con posturas reaccionarias, nunca más te quiero huérfana y sonámbula. Abre tu brazos al mundo. Mañana todos tus habitantes se sentirán marinos y harán barcos de papel con las papeletas viejas de los partidos del siglo XX. Nos aguarda el entusiasmo de la llegada a una nueva luna sostenida en el tiempo, enorme, saliendo de los mares y radiante.


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