Siddharta en la ciudad
Hoy no voy a escribir sobre la apestosa realidad, dejaré para otras manos la denuncia al partido de gobierno, por la vergüenza que nos hace pasar su chabacanería, este daño a los ojos provocado por una acción mal hecha, ese fondo que vuelve grotesca a la forma cuando se adivina que tras los símbolos del poder, solo se hayan las conciencias más negras. Las facciones se desfiguran -como en El retrato de Dorian Gray- y una persona que nos parecía honorable unos segundos antes, una vez conocida la verdad sabe el lector que su alma es un cadáver y el resto un juego de espejismos. Artículo aparte sería analizar las gotas que colman los vasos, la gota por la que ya no aguantas callado aunque no haya sido la más importante de todas, esa chulería indecente del PP, al tratar de hacernos creer que encima tenemos que ser perdonados, por pedir explicaciones sobre la reunión de Rato con el ministro del Interior. ¿Hasta qué punto nos hacemos los idiotas? ¿Qué hostias, con perdón, es lo que están rodando? Lo malo es que el CIS nos dice -ojalá siempre se equivoque- que hay mucha gente con la boca abierta tragándose lo que les echen, como esta mala película pepera de mucho presupuesto, pero pésima dirección. Decía que no iba a escribir sobre la actualidad sino sobre el presente, pero don Rodrigo me ha ocupado todo el inicio, veamos qué pasa en el nudo. La diferencia entre actualidad y presente la explica muy bien la dramaturga Itziar Pascual: lo actual es todo lo flotante, lo que se ve a primera vista, lo que sucede en una duración más o menos corta hasta que pasamos de página. Lo presente es lo que nos aqueja de forma permanente en el tiempo que nos ha tocado vivir, es lo subterráneo, las grandes causas por así decirlo, o el sentido del libro de nuestro existir. Desentrañando el presente entendemos mejor la actualidad, ordenándola aunque aparentemente sus partes sean inconexas. Caminando el sábado pasado por los alrededores de Miraflores de la Sierra, acompañado por Siddharta de Hermann Hesse, me hice una lista mental de las causas del cáncer social de nuestros días. Supuse que el medio donde el ser humano alcanza la plenitud espiritual, es en una comunidad que potencie al máximo la cultura y la naturaleza, en un baile continuo de esta pareja que tendría que ser inseparable. La humanidad modifica la vida, en parte, pero lo tiene que hacer con arte. Esta es una idea sencilla, repetida millones de veces, pero muy difícil de llevar a la práctica, por ello pagamos graves destrozos de todo tipo. Poca calma y reflexión, sumado a una actividad desenfrenada sin armonía, una mentalidad económica alejada de las verdaderas necesidades humanas y un instinto sangriento no canalizado en pentagramas, hacen que tengamos diagnosticado un cáncer de pulmón y una esquizofrenia colectiva. ¿No nacemos locos y de lo que se trata es de irse sanando? Nos matamos entre nosotros y arrasamos la naturaleza, eso hacemos con el paraíso dado, llevarlo hasta el colapso. Desnudo al sol mientras leía, entre los pinos de la montaña, me asusté como un animal ante el pitido inesperado de un coche familiar que, por sus voces, supe que regresaban a la ciudad después de unas vacaciones. Camuflado en el boscaje, les espíe con los ojos abiertos de un búho y la impaciencia de un zorro. Eran como yo, pero sentí una sensación extraña de distancia, como si por un momento fuese más animal que urbanita, y llegara a mis oídos todo el estruendo de todos los siglos de desfase. Después, cuesta abajo, botando satisfecho por las piedras, me pregunté qué es lo nos puede enseñar Siddharta a la ciudad de Madrid, a las ciudades del Mundo. Cómo insuflar los valores de la naturaleza para cambiar las costumbres y acabar con el analfabetismo: no saberse el nombre de los árboles. Al divisar las cuatro torres de la entrada norte, llegando al desenlace de mi periplo, me juré que este año tengo que adentrarme más en la sierra, para después bajar con artículos potentes al ring de la capital. Entendí que de lo salvaje apenas había lamido el pezón, que me queda todo un cuerpo por descubrir, en el que pueda resucitarme todas las veces que me sienta en un laberinto de enchufes, móviles y cables. Al acabar a Siddharta hasta Rato me pareció una triste marioneta de un mal muy profundo. Que Govinda los perdone.