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Conjura en la penumbra


"Deberías desfallecer y temblar", me dice, "si no has cambiado desde entonces, si mi legado no ha servido para nada y la hazaña no encuentra acción en la que realizarse". Cállate, replico, ya sabes que te rescaté del polvo del olvido por muy importante que fueras, es este nuestro secreto, ¿qué más quieres? "Quiero que la osadía de usar mi nombre lo pagues caro y que duermas con un ojo abierto como la leona de tu poema. Recuerda que nuestra desidia es una espada escondida, esperando la luz precisa, pero tienes que escribir de noche mientras los demás duermen. Ataca antes de las últimas lunas de septiembre". Aguantar la mirada a Danton es difícil. Desde el balcón veo cómo su sombra, más negra que la propia noche, ataja, corta y desaparece, ¿qué habrá querido decir con lo de las últimas lunas de septiembre? ¿Cuál es su mandato? ¿Por qué tanto misterio? ¿No podemos hablar normal como dos personas corrientes? Me deja solo con la ordinariez de mi época, mirando un Starbucks al que podrían prender fuego ¿A qué se refiere con lo de la hazaña y la acción? ¿Hasta dónde tiene que llegar mi palabra? Me deja solo ante la incertidumbre de esta hoja del cuaderno en blanco, en medio del asalto, reescribiendo el diario indefenso. Mi promesa a Danton es lo que me mantiene con vida y me permite habitar mi Monasterio de El Escorial mental, destruyendo las limitaciones visuales que obstruyen mi sangre verde, de duende irreverente. Este va a ser el otoño más importante en muchos años, el otoño donde La muerte nos traerá la esperanza. Matar sea dicho. Será el verbo que agrise las nubes, provocando los truenos más desconcertantes. Matar simbólicamente traspasando la lluvia. Matar con actitud e imaginación, con un estilo diferente en cada propuesta. No será el llanto del moribundo lo que escuchemos, sino el de un recién nacido que nos traerá palabras que vibren y retumben, sin ser prosa muerta sin sustancia. Si no notas que mis escritos te trastoquen, dáselos de comer a las cabras. Relucientes de estrellas van nuestras pupilas en la penumbra, encharcadas las pestañas de entusiasmo. Me susurra el conjuro al oído tras bajarnos las capuchas y soplar la vela. Se escuchan nuestros pasos por el parqué y de nuestra ciudad hermana nos llega el mensaje redentor. De Barcelona surgirá la victoria, la defensa de nuestro universo cultural. Septiembre es el mes, la gran batalla. Danton, gracias por volver, creía que tardarías tiempo en aparecer, pero solo has ido a dar una vuelta trayendo en los ojos la cara oculta de la luna. Es la hora de despedirse y quedarse contemplando la mano con la que se ha escrito. Reposando su fantasía. El amanecer raya los cristales. Cerraré los ojos despacio mientras golpetea la lluvia sobre las tejas. Me sumergiré en el silencio, nuestro silencio -tan hondo que asusta- que rescata logros pasados y los une en una sucesión perfecta. Quédate así, Danton, mirándome como si fuese un bajo de fondo, traspasándome, sabiendo los dos lo que piensa el otro. Duérmete en el sillón con tu albornoz rojo. Al despertar tenemos que abandonar este ático cómodo del discernimiento y el vino para llenarnos de heridas.


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