Catalunya, un gran univers
Cataluña no es una nación, es un universo aparte, algo tan inexplicable como el amor y todo aquello que nos atrapa con una violencia dulce. Se empeñan, los cabezotas, en seguir desvariando, rizando el rizo hasta la extenuación, intentando dar con la fórmula del encaje los menos alunados; otros, directamente, preparan para el 27 de septiembre la amputación de sus cabezas y que solo haya una Cataluña, perfectamente identificable, reducida a frasco, etiquetada, copia de un olor materno y paterno que perderemos con el tiempo, y que ya nadie nos lo podrá devolver. Solo quedará una Cataluña sintética, aberrante como un hermano que mata a su gemelo, esa es la imagen que me viene.
Galicia, Euskadi, Andalucía, Asturias y todas las demás comunidades autónomas, no son naciones, son universos aparte, inexplicables como el amor y todo aquello que nos conquista con una violencia dulce. ¿Quién necesita diferenciarse más, Andalucía o Cataluña? ¿Galicia o Valencia? Las personas se hacen grandes cuando comprenden que no son el centro del universo, cuando salen de su ensimismamiento para darse a la otredad, para ser especiales junto a las demás. Dejándose seducir por lo que hay más allá de las murallas del yo, así se alcanza y se vive la gran experiencia. Lo mismo sucede con los territorios. No hay nada más progresista que el hecho de la existencia de España, unión en igualdad de distintas realidades y maravillas, Estado que puede presumir de la convivencia de varias lenguas y culturas, bajo el amparo de un fuerte denominador común: la solidaridad y la historia.
Otro concepto debatible en nuestros días es el de la independencia. De independencia y libertad habla el que escribe esto, sin flojera en la muñeca, con un Staedler Noris 2H 4 como arma, junto a una goma de borrar por si se excede. Si a un ciudadano de Cataluña se le niega el derecho a ser español, se le está quitando una parte de lo que es, una esencia e identidad indivisible. Una Cataluña independiente como territorio, haría menos independiente y menos libre al catalán, lo reduciría a un egoísmo económico, verdadero trasfondo del independentismo. A ellos les importa un hospital de Lleida, pero uno de Zaragoza ya es cosa de extranjeros. Que tome nota la izquierda proindependentista, si tan solidaria se presenta.
Ya no existen fantasmas. No hay dos bandos. No hay persecución cultural, salvo la que se hace contra el castellano, con la pretensión de ir haciéndola, cada vez, lengua menos propia, en vez de que conviva en igualdad de porcentajes con el catalán. No existe derecha que quiera suprimir autonomías. No hay aviones militares amenazando. Solo existe una España plural que hace un llamamiento a la fraternidad, a la cordura y a la diversidad. Tengo la esperanza de que Madrid y Barcelona se abracen. Sé que la amistad de estas dos ciudades sería insuperable, dándole a la península y al Mediterráneo un toque más que especial, un impulso imparable...
Otro año más, llegamos a la Diada. Fiesta secuestrada por los que defienden el derecho a cortarse una mano, a restarse, a ser uniformes, a que solo haya una Cataluña en vez de muchas. Si conseguimos cambiar el rumbo de este avión abocado a estrellarse contra el futuro de nuestros compatriotas, dentro de un tiempo, después de mucho trabajo y paciencia, podremos escribir, sin monotema, sobre la Cataluña de todos, la de los versos de Jaime Gil de Biedma y Gimferrer.