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El ser en movimiento


I

El ser

La palabra entendida como la sustancia más pequeña e indivisible de la que está hecha la vida. Con la palabra basta, pensabas. Convencido de que no era necesario moverse porque toda la belleza la rodeaban tus ojos, allá en tu Prosperidad erizada por esa voz atrayente como la marea, la voz que te lee y te destina.

El ser te trajo el bálsamo contra el dolor, el amor absoluto y su flechazo, la supervivencia en circunstancias moralmente denigrantes. Te trajo un bar como un barco y una anarquía galopante, tremendamente individualista y generosa. El ser, el orgasmo del silencio y tu disputa con Dios. El ser siendo tú y ella un ideal, una lucha, igual que Rachel Weisz en El Jardinero fiel.

Pero de tanto pensar, y reírse del término oportunidad, fuiste trenzando la soga que te preparaba para la muerte. No la muerte pictórica de los otoños, sino la muerte de la enajenación, la que te persigue truculenta y maniática hasta dejarte sin significados.

Finalmente, después de tanta inacción creyéndote alado, tu retratista te encontró temblando, arañando la funda del sofá, sin fuerzas para rezar o gritar auxilio, vomitando tus mórbidas raíces, a un segundo para que las palas se enfureciesen contra la arena. Testamento de una broma macabra.

II

El hacer

Moverse es todo un espectáculo, pregúntale al acróbata, al feriante o al director de escena. El teatro es acción y dejar de abultar con palabras de más. Que se pronuncien solo las más potentes, las penetrantes que alteren lo dado. La palabra hecha carne, lo dijo Lorca, en otra irrealidad, tras los focos, entre el más acá y el más allá.

Moverse como el comerciante y el aventurero. Así te emancipas material y espiritualmente. Con la yema de los dedos, a vista de pájaro, se hace una senda de piedras, piedras que después serán una casa, morada en la que descansa el cazador, el campesino o el bandolero cuando termina de humear su pistola.

Aunque hace tiempo que empezó a corromperse el verbo -cuán alma negra-, a pudrirse como un kiwi pasado. Llegó el gran atasco de la Historia, el frenético siglo XX. La danza se convirtió en un movimiento mecánico: la marcha de las botas militares de los totalitarismos, la siniestra industria ahogándonos, personas y objetos en serie de un mercado deshumanizado.

Hoy, aterrados tras la ventana, sabemos que en menos de diez segundos este tren descarrilará. Se llevará a la humanidad consigo tras la última curva. El eco del espanto se expandirá en la noche. Entonces la carcajada universal. El nacimiento de Dios.

III

La contemplación activa

Me divierte verte arriesgando y que no te importe sentirte ridículo. Ya no eres la víctima de un sistema injusto, ahora eres otro cómplice que sigue dolido, pero que camina. Nadie te debe nada y la vida se te abre en canal como propuesta o precipicio.

Eres protagonista y amante del duelo, de la herida y del riesgo. Cada paso es un paso más al vacío que preña esta tinta, escribiendo contra el adormecimiento del cuerpo que impide recorrer a tu lince su foresta de libertad diaria.

Contemplas activamente atravesando una ola, controlando el esférico con el pecho y rematando sin que caiga; contemplas tras la ventanilla de la avioneta deleitándote con nuestro reino diminuto e intrigante, renaciendo con las sensaciones perdidas.

Celebro estar parado, ahora, ante tu casa, y que ya no haya nadie. Las ventanas abiertas con las cortinas enloquecidas, dan un toque fantasmal a toda esta historia. Suerte en tu viaje. Te acompañan un millón de voces.


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