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Que no duerman a tu fiera


Últimamente me planteo todo lo que acompaña al acto de escribir. Desciendo desde la punta de la hoja, como lector, indagando, recreándome la vida del escritor del libro que me esté leyendo. Voy cercando poco a poco al autor, hasta espiarlo por el ojo de la cerradura, como dice André Antoine, y verlo desnudo de los pies a la cabeza, desnudo el corazón también, elevando su mano ultravenosa una tacita de té mientras escribe. Y después de un gesto serio, preocupante, revela una pequeña sonrisa: el hallazgo, el adjetivo preciso.

Ahora toca vestirse, civilizarse, pasar inadvertido. Ser otras cosas aparte de escritor, vivir para poder escribir bien, echar un polvazo que despierte a tus muertos, redescubriendo el templo de la carne, sintiéndote un hombre que nota un escalofrío de felicidad. Sintiéndote una mujer desmelenada, guerrera e independiente. Siempre ángeles. Lo bueno y lo malo se vuelca en el papel y solo hay que tirar de un hilo, leer atentamente, para darse cuenta de los tropiezos diarios, la frustraciones, los sueños, que son la gran casa misteriosa que hay detrás de cada frase. Si un texto es solamente un texto no es nada, es como la escritura de un muerto que quiere que el Dios de la literatura agonice. Si una novela es más que una novela empieza a brotar la savia, a chorrear la sangre, a escucharse los alaridos.

Ahora, frente al espejo, le pides mucho más a la noche para olvidarte de ti mismo y sacar lo atesorado durante milenios de soledad y espera. Imploras, a gritos mudos, una catapulta de madera, un mensaje que te acaricie, una victoria poética y política. Mientras te recortas tus patillas de Loquillo, militares, bandoleras, skinetas, tus patillas de cierta violencia que te defienden, te miro desde el otro lado del espejo, como en una columna de Millás o una historia del mágico Murakami.

Cuidado. No te cortes con la cuchilla. Tu rostro es hermoso tras la espuma. Recuerdas esa luna y esa isla del verano. Saltábamos desnudos en la orilla y era divertido, éramos libres. Ahora esta batalla. Que no duerman a tu fiera. No quiere biberones ni zoológicos. Para ti toda la selva, todos los ecos, la gran conciencia.


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