Luego siempre es demasiado tarde
<<Me duele decirlo, pero ahora mi país no está para visitas. Yo me he salvado. Las veces que me la pusieron en la sien, me da por quedarme de piedra. Otros se ponen nerviosos y se van para otro barrio. Es un paraíso convertido en pesadilla. Me duele que haya gente en España que se desentienda de una patria hermana y defienda a nuestros gobernantes. Somos ricos por naturaleza, pero nos han llevado a la miseria. Una persona vale lo mismo que una bala en Venezuela, hermano. La única burguesía que existe es la del partido, la de un capitalismo de Estado que gira en torno al crudo, la propaganda y la amenaza. No puedo escribir en mi blog con mi nombre. Si les da por rastrearme, corro peligro. Tampoco puedo publicar fotos en las redes. Si ven que tengo dinero para viajar y fotografiarme en La Plaza Mayor o en el Bernabéu, vendrán a por mí. Cualquiera puede torcer una esquina y dar el chivatazo. Como periodista tener miedo a publicar lo que piensas es humillante. Por eso tú dale fuerte acá en España, y si me permites un consejo, a la mínima que veas que hay algo que se parezca a lo de allá, denuncia por lo alto. Es al principio cuando se tiene que cortar el mal de raíz, luego siempre es demasiado tarde>>.
De camino a Barcelona, en Blabacar, mientras miraba por la ventana del copiloto, intentaba adentrarme por sensaciones y pensamientos vírgenes. Iba presionando, haciendo boquete en los muros de mi conciencia, lejos todavía de lo genuino, volviendo a las mismas pisadas, si acaso con otra suela, he ahí la confusión. Siempre me quedaré lejos de un filosofar auténtico, porque me gusta ser un zorro de la noche, bebérmela y no desperdiciar ni una gota de los encuentros que merecen la pena. Todavía es de noche en Barna, 6:36. Escribo desde un dúplex de Poble Sec, minimalista y de obra vista, después de patear la ciudad junto a David Rocha con ínfulas de detectives. El último personaje que nos hemos encontrado tiraba de un carro repleto de libros, un secador y unas botas de piel del 45. Era rumano y sentía nostalgia del comunismo. Nos ha dicho que el capitalismo es sinónimo de degradación y de mujeres borrachas. Según él, Rumanía vivió tiempos mejores y a nadie le faltaba una casa. Y ahora míralo, llevando un carro de una gran superficie, vendiendo libros y los restos de un naufragio.
Dudaba de si, para mi periódico imaginario, escribir sobre la actualidad o no. Por un lado es casi un deber esta semana hablar de la desconexión que ha aprobado el Parlament con el resto del Estado, y más viajando hacia aquí. Pero también sentí que hay que combatir las inercias y las avalanchas sobre un mismo tema, y que más adelante matizaré mi postura como madrileño que acampa a sus anchas por las Españas. Cada uno que berree lo que quiera y que Dios ampare al viajero al final del procés independentista. En esas estábamos mi demencia y yo, pensando qué escribir en Barcelona, cuando las palabras del venezolano me retumbaron. Hace tiempo que no escuchaba un discurso tan bien armado y sentido, sin remilgos. Era la cruda realidad y unos ojos que reprimían las lágrimas. Impresiona la cantidad de historias que uno escucha viajando en coche compartido. Umbral hubiese escrito sobre esto en sus artículos de costumbres. ¿De qué hablarían en un mismo coche Escudier, Antonio Lucas y Juan Ruiz? El viaje me cambió la idea para esta columna. Es grato ir conociendo a gente distinta en cada aventura y aprender de ello.