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Himno a enero


Pararse en silencio y amplificar los sonidos de la casa, mientras el viento golpetea fraternal en las contraventanas orientadas al oeste, al lado de la estación de Sants. Cada casa tiene su música encubierta, como cada mente. Escribir en ellas nos salva del desastre, da sentido y argumento, a lo que muchas veces tan solo fue una ristra de disparates.

Hay que poner las alcobas en orden. Himno a enero, Gimferrer escribe. No intentaré el triple salto mortal en vano, me quedaré con mis dos o tres elementos que mejor me definan y me brinden entusiasmo por las pequeñas grandes cosas. Barreré lo superfluo e intensificaré la columna, dándole el color de las noches rojas, sobre el mar del no tiempo, de los solitarios que deambulan tranquilos por los espigones.

Y estrujar con las manos las hojas de los periódicos -qué placer-, y pisar con los pies las hojas que se hacen las muertas en la arena, de un otoño pasado provocador de una nostalgia bella. Es el ritual de siempre. No estamos muertos. Solo reivindicamos un hueco como escuderos de las letras. Nos asimos a la palabra, nuestro bote salvavidas; permanecemos alerta, para ponernos en la piel, al menos un segundo, de quien se juega su vida, a nado, en ese mar estético para el artista.

Acometo los días tejiendo otras costumbres, solo con el espíritu de Danton escoltándome, dándonos otra oportunidad, porque todos nos la merecemos. Cuando se siente la llamada el horizonte se despeja, vuelve un nerviosismo, una inquietud por vivir. Así nos trajo Barcelona hasta su anochecer, a su fusión de gárgola y gaviota, a su brisa. Con tan solo un paseo, en medio de la niebla, entre las palmeras, la ciudad nos hipnotizó, nos dejó locos de ensueños, y aquí estamos y lo escribimos. Sin estar escritas nuestras vidas de antemano.


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