top of page

Ella era la flor del mar


Siento que el mundo es un animal agonizando, inmensamente bello incluso en su agonía, que es la nuestra, claro. Es un animal que nos mira con ojos suplicantes, dolorosos, a través de sus infinitas formas de vida. Manu, mi hermano y maestro, dice que nos ha tocado vivir en el colapso, y que la situación es mucho más negra que la mayor de la negrura que nos pintan. Irrevocable. Vamos a darnos contra un muro a toda hostia y solo queda esperar, sonreír a la ola gigante que nos engulla. Pienso todo esto mientras miro al mar y traspaso las aguas para adivinar todo lo que esconde, las muertes de miles de migrantes. Mis ojos siempre intentan ir más allá porque hasta en la ciudad un simple tabique, nos impide reaccionar con lo que pasa al otro lado. Quizás necesita ayuda tu vecino, al que escuchas roncar y soñar todas las noches.

Llevo varios días leyendo en la prensa que los delfines se están quedando sordos y lo primero que se me ocurre es saltar al cuello de quien bota en una moto de agua. Pero sé que la solución es mucho más compleja y que mi acción solo sería un arrebato. Hay que ser más inteligentes, hay que ir a por peces más gordos. Leo que los estudios sísmicos que llevan a cabo las compañías de gas y petróleo y los sónares militares, han elevado los niveles de ruido de los océanos hasta cotas casi insostenibles. Los delfines empiezan a estar tan desorientados y rematadamente locos como los estúpidos humanos, que no hacen otra cosa que dar vueltas y vueltas en las ciudades, sin ningún sentido trascendente, simplemente bajo una supuesta lógica que se escapa de cualquier inteligencia sensible.

Aquí, en Barcelona, cuando te apartas un poco de la gran ciudad y te sientas en la playa a desconectar un rato, se escucha al abejorro continuo de la ciudad. Sabes que eso, día tras día, nos ametralla, aunque dentro no nos demos cuenta del desastre. Sabes que el ser humano es como un niño tonto que estropea todos los juguetes que toca, porque nos robaron desde pequeños nuestro verdadero potencial artístico, algo mucho más serio que cuatro clases extraescolares o una excursión para ir a ver a los animalitos al zoo. Como si en una jaula se pudiese apreciar la maravilla de la Naturaleza. Ponemos siempre un escaparate entre el paisaje y nosotros. Los delfines no quieren cambiar su música celestial por un estribillo comercial, no quieren desquiciarse con lo frenético, quieren solo sentir y ser como siempre. Su herida es nuestra herida, al igual que la trompa de un elefante es también nuestra trompeta.

Manu se pone siempre muy serio cuando habla de estas cosas, digo cuando habla porque las piensa todos los días, estoy seguro. Es la diferencia entre el pasatiempos y un verdadero compromiso y preocupación. Mi hermano acojona un poco en esas charlas a mis sobrinas y a mi cuñada, pero ojalá en todas las casas existiese ese nivel de intensidad en ciertos temas. Sin ir más lejos, nosotros no tuvimos una educación ecológica. Bueno, miento, yo sí. Tuve otro hermano mayor que se llamaba Roberto Iniesta y que tocaba temas como No me calientes que me hundo:

Ella era una flor del mar,

yo un delfín tras un velero,

de esta noche no paso

se ha hundido otro petrolero.

Otra batalla perdida,

un grito de desconsuelo,

¿qué puedo hacer? Si mis pies

ya se están hundiendo en el cieno.


bottom of page