Beso aerostático
Podría escribir sobre lo ridículo de ciertas acciones y reacciones más que calculadas en las tretas de la noche. El coste irrisorio de unos globos que, a tal hora, caen estudiosamente desde lo alto y nunca falla: hace enloquecer a la sala, se dispara el consumo de copas y la gente se divierte dándoles manotazos, aunque a algunos se nos quede cara de gilipollas, por no soportar el numerito y por querer, quizás, que volasen otras cosas. Pero cada cual decide a quién paga y cómo y con quién disfruta el trago. Se podría poner mil ejemplos, de lo mucho que se nos toma el pelo en la farra, de las malas maneras de los listos que hacen caja sin preocuparse de nada que vaya más allá de sus propios bolsillos, lejos de la satisfacción de hacer disfrutar, de disfrutar dando, aportando algo distinto: el sello de la casa.
La noche siempre ha tenido sus vampiros, todo el mundo lo sabe. Pero no estoy aquí para amargarme, ni para alertar al lector sobre los trileros del sol y de la luna, por desgracia estamos bien servidos. La gente es ciega porque quiere, joder, de lo contrario el cuento funesto no se repetiría. Así que todos terminaremos en nuestro sitio, en la mesa más acorde a nuestro gusto, rodeados de la mafia tunecina, de prostitutas, de compañeros del trabajo, de artistas, o de nuestros hijos en el momento justo de subirles el embozo y darles el beso de los dulces sueños.
Todo se puede ver por lo menos de dos maneras. De haber suprimido los dos párrafos primeros, hubiese empezado el artículo diciendo: Podría escribir sobre lo fantástico de ciertas acciones y reacciones, espontáneas, que ocurren en la noche y emocionan hasta el más despiadado. Todo lo contemplado, lo pensado diría hoy, depende del caballo en el que te quieras montar, del pensamiento que quieras seguir cultivando. A veces buscar una palabra en el diccionario me pone de mala hostia, me asquea, pero en otras ocasiones me pasa todo lo contrario: siento la riqueza del idioma que nos llueve palabras, aunque le maltratemos a diario. ¿Soy idiota por no saber lo que significa pantagruélico, priapismo o azalea? Sí, soy idiota, muevo la cabeza como diciendo Dios mío y sigo la lectura.
Cuando todo en mi cabeza ha ido mal, cuando el trueno de la noche no ha sido mi trueno, siento unas ganas irrefrenables de acabar conmigo, de apuñalarme en cualquier calleja oscura y con la ropa colgando de El Raval. Sé que muchos duchos en la materia recomiendan el suicidio simbólico, pero quizás es algo demasiado fino, prefiero la puñalada simbólica, el charco rojo de sangre y el brillo verde en los ojos del gato negro de la madrugada, al que ya nada consigue espantarle. Una vez terminada la faena me escupo y me doy un patadón en la cara por si las moscas aún sigues con vida, mamarracho, zorrón, pusilánime. Toma otra patada y otra y otra y otra. ¿Qué tipo de analfabeto genérico eres? Tú, que no sabes ni los nombres de los pájaros. Tú, que no eres un urbanita con antenas y conectado, pero tampoco tienes la sabiduría que da el campo. Corre que viene la policía.
Estando ya a salvo dentro del Jamboree o el Rey de copas, mientras bailo entre complicidades, guiños y con la carga erótica, empiezo mentalmente a escribir, a seducirme, a ligarme con mis palabras, con la labia que da ser tu propio asesino, buscando la precisión en los dedos, para más tarde demostrar aquí que sigo con pulso. Después de la belleza sublimada de matarme, de saber que cuanta más violencia ponga en el arte más me salvaré en la vida, tintineo contento, sonrío a quien esté conmigo y no cambiaría por nada el presente. Entonces la noche se hace sola y uno solamente tiene que dejarse llevar. Bendices la suerte de vivir, de estar imantado por La ciudad de los prodigios, disfrutando de todos los locales, de las palmeras de la plaza, sintiendo muy cerca el vuelo de las gaviotas, y el mar a la espalda. Preguntándome a cuántos nudos merodeará el tiburón más cercano. ¿Qué puertos conocen esos veleros?, ¿a cuántos habrá besado enamorada? ¿Cuántas ganas tendrá de desbaratar la cama?
Me pregunto y me pregunto hasta que aparece ese algo, acuático destello, rubia, la mejor de las sorpresas, una mano que me coge y no es la mía. El beso más largo. Entonces sé que los globos estúpidos de las salas de fiesta, los puedes convertir en un globo aerostático en el que terminar la noche, los dos, sobre el mar, en el mejor mirador de Barcelona.