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Sexo de investidura


Él corre en el cuarto de baño sin salirse de la misma baldosa, quizás para cuadrar su mente. En la pica, junto al jabón y el vaso de los cepillos de dientes, dos velas rojas llenan de sombras el espacio. Mientras su pecho retumba, solo llega a sus oídos su jadeo y alguna voz que se cuela desde el patio interior. Se prepara para la cita de esta noche, para su amante. Se mira en el espejo: sus ojos tras la barba ya de un mes, se adentran en una gruta peligrosa.

Ella ha puesto para la noche el juego de sábanas de distintos tonos malvas, para que contraste con su piel blanca cuando los espasmos estremezcan. Ella quiere que él tire de su guedeja, hasta que todo lo que escriba en su espalda se haga charco, columpio, barca. Lo quiere ver guerrero arremetiendo, inoculando, mordiendo con cada frase susurrada, duro siempre. Resbalará atrapada por su fuerza. Siendo violentos recíprocamente.

Él acaba de poner el mute a la tele, a la sesión de investidura. Ya está bien por hoy, descansemos de política, se dice. Es mucho más divertido con cuatro partidos. España, por fin, saliendo de la monotonía injusta con la que nos teníamos sometidos. Ahora hay más variantes, ahora medimos sus pasos y se la juegan. Pero no quiere más debates en su cabeza, desea desenchufarse de la actualidad, o estar en ella de otro modo: como quien baja por una chimenea y da la sorpresa, como los famosos versos sueltos. Ya solo anhela que llegue la hora, besar su tez blanca, sus labios, su todo. Va a retirarse y a ser para sí, en la soledad de los dos. Sonríe recordando a esos seres especiales que ve por Barcelona apartándose de la marcha mecánica con un libro entre las manos. Va a soplar las velas y salir de casa. Se encamina hacia su templo: ella: cuerpo despampanante, ombligo para su simiente.

Ella siempre es un poco más radical que él. Lleva esperando su revolución desde hace años, pero se distrae, se sale de la pista, anda perdido y es demasiado teórico. Mientras le espera se pone a ver la sesión de investidura, acompañándose de una cerveza. Sí, a ella también le parece más divertida la política ahora que antes, por ello más interesante y más justa. Se descojona con las lanzas de rabia que se tiran unos a otros, como cuando el dragón de Iglesias trae los viejos fantasmas de los GAL hablando de la cal viva de Felipe González. En general es optimista, cree que la democracia española va a mejorar y el país no se va a dividir. En economía defiende que hay que ser inventivos. Todo depende del salto de calidad que demos y los españoles llevamos mucho tiempo cogiendo carrerilla. Merecemos la pena, argumenta para sí espachurrando la lata de cerveza.

Cambio de planes. Al final han decidido no cenar en casa. En una noche como esta, el techo que solo sea para llegar de madrugada. Para gemir hasta que se caiga encima. La historia del reino descansará durante unas horas, es un tiempo que recordaremos siempre. Hoy más que nunca los pequeños latidos nos sentimos grandes, las pequeñas historias se entrelazan en un destino común. Si hay pacto que lo haya, y si no, no tenemos miedo de volver a votar.

Aparte de apetecerle duro, hoy quiere dejar la mente y el cuerpo en otro lado. Pide que le follen el alma.


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