Puto genio
Es la historia de un hostel escondido en las alturas, Guinardó arriba, calles de Marsé, donde llega el penitente a fundirse en una subciudad que mira al cuervo en sombra del Tibidabo; sintiendo siempre el mar a la espalda, o teniéndolo de frente si subimos más y llegamos a Turó de la Rovira para imaginarnos a las baterías antiaéreas del 38, cuatro cañones defendiendo a la ciudad de los fascistas. Barcelonas dentro de Barcelona, miles de personas que vamos pasando filtros del azar hasta ser compañeros de habitación y litera, de sueños o ronquidos. La humanidad se junta y nos deslumbra, nos enseña hueso. Te congrega alrededor de su fuego de siempre para que nos contemplemos los rostros pensativos tras las llamas; mezclando experiencias, países, dioses, olores, canciones, libros, idiomas. Tan cerca unos de otros, lejos de la habitación de casa que se recuerda como un palacio, me vienen historias de trincheras, revoluciones, migraciones, historias de todo tipo menos de la comodidad del escritorio y el calor de los radiadores.
He hablado en los últimos meses en Madrid y en Barcelona con muchísimas personas. He dado y he recibido sabiduría y cariño en abundancia. Me he dejado caer con los ojos cerrados como en esos juegos de las convivencias que sirven para educar la confianza de los niños y los adolescentes. Y aquí estoy con la boca abierta de ver a tantos personajes. Sorprendido por esta vida que hasta cuando asusta y corta merece la pena, la muy cabrona. Merece la pena juntar estas sangres, pintar una raya roja más al tigre y que el corro sea cada vez más humano y más grande, lejos del vicio de lo sectario y podrido.
De entre todas las personas quisiera rescatar, para La muerte de Danton, a una madre y a su hijo, Manuela Ramos y Fran. La historia de ella es dura. Sufrió palizas por las que perdió a sus gemelas sin poder separarse del energúmeno de su marido por miedo a ser denunciada por abandono de hogar. Recordemos que estas situaciones no eran nada extrañas durante el franquismo. Ha vivido muchos años en la calle, también en la orilla del Manzanares donde tuvo sus minutos de fama por ser de interés para más de un reportaje que versaba sobre la pobreza. En los últimos tiempos ha tenido de techo los maderos rotos de una barca por las playas de Badalona. Se sabe sus versos de memoria, los recita cual princesa desdentada, con el garbo que le hubiese dado ser una escritora con miles de lectores, si no llega a ser por los celos iracundos de su hermano, otro energúmeno en su vida, que no quiso que se entrevistará con Justo Molinero en la radio, hace casi tres décadas, no vaya a ser, le dijo, que abuse de ti. Menudos elementos. Menuda escoria de hermano y marido. No quise preguntar por el padre, pues la conversación rápidamente se fue por otro lado, algo más amable, mientras nuestra habitación iba quedándose a oscuras lentamente y afuera alucinaban los cielos con sus verdes por las crestas. Yo aplaudía conmovido. Es una buena poeta. Mejor que muchas idiotas que se tiran el pisto por el Facebook. Maldecía por dentro su destino, supe en un instante que nunca podemos abandonar nuestro lado artístico si lo sentimos tan dentro.
Fran está jodido de la cabeza, para qué engañarnos. Te lo dice su madre, te lo dice él y te lo digo yo. Tras de sí hay toda una vida suburbial en San Roque entre el tráfico de drogas y de armas fascinado con Pepe Marchena, y nunca había estado delante de La Sagrada Familia hasta el otro día con un servidor. Fue una vez a Madrid y recuerda de forma bonita La Castellana y La Puerta de Alcalá. No se sabe las horas del todo bien y aunque solo tiene 24 años está muy machacado, con una alopecia más propia de los que tienen quince años más, le faltan un par de dientes y su cara es la de un boxeador con mala suerte. A veces me paro a mirarle cuando no se da cuenta y me pongo a pensar en cómo estaría en otras circunstancias. Detrás de la mácula de la desgracia se ve a un joven que no hubiese sido nada feo, con gestos atractivos y una sonrisa encantadora. Aunque hoy de fiesta, asustaría casi tanto como Leopoldo María Panero.
Ahora mientras escribo sé más que nunca que no me voy a apartar de mi camino artístico, este es mi sino. Cerca están las desviaciones, pero quien ha corrido sobre la arena canela mojada de la playa no quiere calzarse unos zapatos. Quien tiene de padre a Büchner no siente miedo cuando las cartas vienen mal dadas. Cuando nos paramos Fran y yo en la noche a contemplar los colores de las vidrieras de La Sagrada Familia, nos miramos y sonreímos cómplices. Pensé en Gaudí y me dije por dentro: qué grande el puto genio.