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Camionero X


Iba a escribir sobre las patrias poéticas, pero irremediablemente caería mencionando las identidades y es un tema del que estoy un poco harto, que no escribo por gusto, más bien por deber ciudadano. Así que hoy me divertiré con Camionero X mientras guardo fuerzas para el próximo viernes para arremeter contra el fanatismo aldeano. Me he levantado sin ganas de confrontar, con la ilusión de que mis viernes de Muerte también sepan un poco a gofre de chocolate, sin martirios ni obsesiones, tan solo acompañado de la templanza que me da el Mediterráneo, con el que tengo una relación especial: los dos soñamos los mismos sueños y mantenemos el mismo tempo.

Quizás al leer el título de Camionero X te has imaginado, o te ha venido de una forma pasiva, esas imágenes de conductores al volante con un palillo en la boca, morenos hasta los codos, con algún póster obsceno en la cabina. A mí me viene a la cabeza la escena de Thelma & Louise en la que las dos protagonistas deciden darle un escarmiento a un camionero imbécil y machista que se ha pasado con ellas, y el camión después de la refriega acaba explotando, saltando por los aires como se dice en estos casos. Pero nuestro camionero no lleva la X por ser pornográfico, lleva la X del misterio, del despeje usted la duda, de las noches largas solo ante las señales, la X de un personaje ficticio que me invento, o de una persona de carne y hueso que llega a los tres mil euros al mes y tiene tantas historias como para enterrarte. La X del soltero de oro, la X que me sale a mí del moño aunque esté rapado, ¿te enteras? La X del que escribe y le va la vida en ello. La X como dos pistas de aterrizaje que se cruzan en medio del desierto.

Pongamos por caso que nuestro personaje X tiene 38 años, es italiano y ama nuestro país, nuestra cultura. Añade que anoche compartimos un vino peleón que nos supo a gloria. A veces no hace falta tanta parafernalia para sentir una noche divina. Basta una terraza, un frío de primavera que se lleva bien con un jersey fino y una buena conversación que no sea interrumpida por los móviles. Todo encaja mientras uno escucha, si los diálogos no se distorsionan por la entrada de un tercer personaje o persona, da igual, que se sale de las contrarréplicas perfectas para hablarnos sin fluir, encajonado, importándole solo su Yo, en vez de la X por despejar de cualquiera que se disponga a intentar ser interesante, contándonos su historia como hizo conmigo mi camionero ficticio, mientras estaba solo en la terraza y había solo una copita de vino, ¿o dos?.

Su récord al volante son 24 horas y media sin descansar, desde el sur de Italia a París. Era una entrega urgente y cobró 500 pavos. Pam. Me comentó que los camioneros no cobran nada mal y están bien tratados por regla general si las empresas no son muy grandes. Las multinacionales lo joden todo y suele haber un encargado que está desquiciado por las prisas. Las empresas pequeñas entienden el valor de la persona al volante y lo protegen, sabiendo que es el responsable de que una mercancía de millones de euros llegue a salvo a su destino. Madera, aceite, maquinaría, ¿alguna vez armas o drogas sin él saberlo? Sonríe y me responde que no cree, pero que nunca se sabe lo que puede llevar ahí dentro. Duerme en el propio camión cuando está recorriendo Europa, en una cama confortable y a los grados que quiera aunque en la calle se esté a menos diez. Ve películas y piensa, sobre todo piensa. Ahora tiene un dilema como casi todos los que venimos a parar a este hostel. Gana bastante dinero y ahorra porque no tiene gastos, pero quiere asentarse en Barcelona y jugársela con la música. Es un tipo interesante, un italiano atractivo con mundo a la espalda. Si lo miras con ojos de mujer te lo llevarías a la cama.

El vino y la conversación se acabaron. Ya seguiremos mañana... . Entró en escena un francés musulmán que quiso llevar la mística y la noche a su terreno. El otro día lo vi rezando a los pies de mi litera nada más abrir mis ojos al alba. Es la primera vez que me pasa. Lo bueno es que se toma el Islam un poco a su manera y al menos se pone ciego de yerba y sangre de Cristo. Tengo que leer Sumisión de Houellebecq, por cierto. Me despedí de los dos y me subí a la 304, mi habitación. Me puse los cascos y una emisora a voleo para quedarme poco a poco dormido. Pensaba que al otro lado, escuchando las mismas canciones, estarían cientos de camioneros por las carreteras. Me gustó esa sensación. La radio es divina y nos une. Lo último que recuerdo entre el sueño y el vino arropado con la manta, es que me impuse no escribir esta mañana sobre las patrias poéticas. También me pregunté cuál era la moraleja del camionero X.


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