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Relación entre un simpa y un coche eléctrico


Pongamos que se llama Alain, pues no quiere que en papel alguno aparezca su nombre verdadero. Él solo firma sus cuadros. Con la vida que le sobra no le importa ser una sombra con petate, un espectro luminoso que se aparece por los bares, hoy de Barcelona, mañana de Marsella, pasado Dios sabrá. Tiene predilección por las ciudades porteñas como demuestra su pequeño ancla tatuado en el hombro, que a Elisa tanto le pone, con destellos de un rojo oxidado chorreando constantemente.

No aguantó mucho en su Valladolid natal. A sus veintiséis años lleva diez lejos de su padre, registrador y viudo, que le educaba a base de dinero y gritos. Muchos gritos. Gritos que le ensordecieron por dentro, aislándolo en un cubo de cristal que no traspasaba sus socorros. Un buen día, como se suele decir, harto de la nada carmenlaforetiana, le rezó a su madre, pidiéndole consejo. Ella le dijo al oído el número secreto de una de las tarjetas de crédito de papá: tu padre es tonto, hijo mío. Por pereza o porque no le importa, en la que tiene más dinero ha puesto la fecha de su nacimiento: 1962. Dicho y hecho. Durante un mes fue retirando pequeñas cantidades, aprovechando los momentos en los que su padre roncaba plácidamente en la siesta. Algo bastante fácil, pues qué padre no deja la cartera encima de la mesilla, o en cualquier sitio a la vista. Unos días cien, otros doscientos, si se atrevía cuatrocientos, fue haciendo la suma hasta llegar a los cuatro mil seiscientos euros y dio un portazo a la puerta del chalet, despidiéndose para siempre. Antes de cruzar el jardín abrazó y besó a Salvajita. La gata ya sabía desde hace tiempo lo que iba a suceder...

Ahora estamos los tres juntos. Alain, Elisa y yo. Compartiendo, riendo, bebiendo unas cervezas en el paseo marítimo de Poblenou. Disfrutando de un buen día de sol y posible baño en esta primavera que se despereza y nos excita e incita a la lectura, a la piel morena, a vivir hazañas hermanados. Mientras se trincha un porro a cara perro, ni Elisa ni yo fumamos, Alain nos explica cómo hacer un simpa perfecto si algún día nos quedamos sin nada, para que al menos nos tomemos un menú como mínimo soporte para seguir existiendo.

Lo primero es elegir bien a las víctimas. A poder ser una persona sola tras la barra, en un bar que no esté vacío para que no te dé pena y también te sea más fácil escabullirte. Preferiblemente tiene que ser mujer, vieja y gorda; si es china, mejor que mejor. Una vez seleccionada la víctima y el local, hay que darse un paseo por las calles aledañas para ensayar la huida. Se aconseja elegir barrios laberínticos, de calles cortas, para que en menos de treinta segundos te hayas escondido en una biblioteca, un portal o en un parque. Así que nada de explanadas o largas avenidas. Ve bien vestido y lee el periódico. Tendrás mil momentos en los que ella estará despistada haciendo una tortilla de patata o con los ojos en la pantalla del móvil. Cuando quiera reaccionar tú ya estarás a salvo.

A raíz de hablar de los simpas, después de las risas, nos vamos introduciendo en una conversación más seria sobre la ética de cada decisión que tenemos que tomar en la vida, sobre los medios y los fines, sobre nuestras justificaciones mentales para todo: cómo posteriormente a los hechos nos absolvemos, en vez de tomar una determinación con conciencia antes de dar el primer paso.

Elisa argumenta que cuando se cae del todo, y sientes miedo incluso de dormir en la calle, es cuando tiene que nacer la virtud más que nunca para reinventar los caminos. No vale hacer cualquier cosa para agarrarse de nuevo a la normalidad de un techo y una bombilla. Las piedras son duras, pero también nos dan el fuego. Viéndolo de una forma positiva, a veces es mejor caerse, darse una buena hostia para desembarazarse, desprenderse de aquello que no nos hace falta o nos impide ser felices.

Alain lleva un año trabajando desde su ordenador y sonríe al recordar sus pequeñas penurias y simpas. Los volvería a repetir, pero ahora lo que hace es dejar buenas propinas. Al igual que Elisa, piensa que todos necesitamos un poquito de humildad y escarmiento, para que cuando se vuelva a la fiesta del consumo, sea de otra manera más elegante por lo menos. Ahora está juntando dinero para sacarse el carnet y comprarse el Renault Zoe, cien por cien eléctrico. En cuanto lo tenga nos iremos los tres a recorrernos Europa.


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