Soy un soldado de España
Bebe una piscina de café a diario. Desayuna, merienda y cena periódicos buscando la columna perfecta. Ha empapelado su habitación de recortes de prensa con las mejores firmas, su obsesión ya está bordeando la locura. Por eso aquí van mis palabras, para darle un toque y despertarle. Para decirle que ya es verano y la vida está afuera como siempre, esperando que levantemos la cabeza y nos atrevamos a adentrarnos en ella como quien se da un baño en el mar a la noche desnudo. Mientras bebe sus cafés, sabe que la columna y la política dividen, y en el fondo le gustaría solo escribir de Bolaño, solo hablar de Bolaño, soñar con Bolaño y todos los verbos que merezcan la pena solo con Bolaño, sin más sangre y divisiones, sin más patria que la literatura y los viajes y las mujeres, los niños y los amigos. Pero no. No hay tregua. “No nos podemos permitir ni un segundo de falsa arcadia”, me dice. “La poesía volverá cuando me la merezca”. Yo le digo paz y él me dice sangre. Yo le digo que le dé la mano a sus adversarios políticos, pero él solo piensa en atacar, golpear hasta que los nudillos se desgasten.
¿Habrá salvación para quien nada en el río contaminado de la actualidad? ¿Llegará el día en que ya no recordemos nuestro origen? ¿Nos creemos guardianes de una ética en declive? ¿Hasta qué punto hay que militar en peceras si estamos más a gusto en el mar? ¿Tan a gusto cómo quién? ¿Cómo los inmigrantes muertos? ¿Cómo los futbolistas de España descansando de su desastrosa Eurocopa? ¿Cómo mis hermanos lateros que me intentan vender en la playa la cerveza a euro y medio y les digo que no soy un inglés? Que soy de aquí aunque los de la CUP me llamen extranjero. ¿De qué mar estamos hablando? ¿Del mar de quién? ¿Seremos tan idiotas de hacer arte solo para los nuestros? ¿Y quiénes somos nosotros, si hasta mi chamán ha votado a Podemos aunque deteste a Pablo Iglesias casi tanto como yo?. Nosotros, eso es. El nosotros de la poesía y de la espiritualidad, el nosotros que en vez de golpear acaricia y entonces hasta la barba de Rajoy te parece entrañable, y de tanta dulzura te quedas ciego y después te dejan llorando como un niño perdido. Entonces no queda otra que el ataque. Tiene razón.
Bebe una piscina de café a diario, pero puede beberse un mar, eso es todo. Le queda grande todo lo que toca menos el teclado o el folio en blanco, ¿entonces es miedo lo que tiene? ¿Miedo a la incomprensión? ¿A equivocarse? ¿A que unos cuantos sectarios le dejen de hablar por sus pensamientos? ¿A que el sectario sea él? ¿Miedo a la Iglesia? ¿Al partido? ¿Al Estado? ¿Al terrorista? Miedo a no tener ni un nido en el que piar contento y a salvo. No seamos tremendistas, por Dios. Después de todo se trata de seducir mentes, de incordiar al poder, eso es, de incordiar. Y que te detesten unos cuantos si de verdad quieres que te amen muchos. Y que no te importe el rumor aldeano porque tú eres un soldado de España. Tú amas a todas las aldeas. Tú escribiste “La revuelta de las aldeas”, en plural, desde el pezón de oro de la capital del Reino. A ti no te da vergüenza tu país como a Neruda no le daba vergüenza Chile. ¿De qué estamos hablando? Ponte más café, un océano de café, para mantenerte despierto, y lee muchas más columnas hasta hallar la perfecta. Y el mar y la poesía, no lo olvides, eso es, la poesía.