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El negro de mis palabras


Estoy. Ya está. Han caído las cuatro tablas de madera, el ataúd que nos venden como hogar a base de catálogos para catatónicos urbanitas. Estoy a salvo. Ya está. Las cuatro tablas derribadas, al suelo. Y solo se oye a Dios desclavándose las manos a la hora de la siesta. Preparémonos para el juego. Vayamos a agitar colmenas y luego escondámonos para ver qué pasa. Para probar nuevas mordeduras y hacer llamadas con el zapato, suicidarse con los cables y meterse el enchufe por la nariz.

Estos días de paseo por el cementerio me están dando la vida, casi la vida. La vida es mucho más y aún no la he visto, o no la recuerda mi alzheimer. La vida se nos va, es una zorra que me encanta. No se detiene y no quiere adictos a ninguna otra cosa que no sean sus elementos. Combínalos como quieras, restriégate y dime mi niño aunque sea mentira. Estoy, ya está. Hay palmeras, mármol, serpientes de cemento, puentes, mis amigos de Olivenza y fuertes carcajadas que retumban en bóvedas, castillos, hasta los grillos se ríen con nosotros y se echan un whisky.

Ni un solo gato negro. Estamos rodeados. En cada esquina nos protegen. Nos sabemos duendes cuando ya se acabaron los siglos y queremos volver a contar con los dedos. Si te fijas, verás las canicas chocar, diría que se rozan lentas y entonces el universo concuerda. Consuena. Nada se enajena. Cada canica es un alma y un misterio. Una sorpresa que te es hermana, una ola imparable. Vamos conspirando en la noche, compartiendo el veneno suficiente para en unos días desaparecer.

Necesito que alguien me apunte y dispare. Que me dispare si me aparto del negro de mis palabras, ¿llegará el día en que me dé por fin por enterado?, ¿o seguiré haciéndome el despistado en la comodidad de los imbéciles?, ¿por qué no permanecer media vida en el folio como quien duerme o ve la tele?, ¿por qué no jugársela en medio de una supuesta derrota?

Estoy, ya está. Ahora a conservar el espíritu, agigantando sombra y secreto, gritando tu nombre por dentro; quiero verte y desangrarme y pintar un sol rojo en tu vientre mientras gimes y das gracias por el sexo. Das gracias al viaje, a Dios y al arte, a tus muertos que no paran allá a lo lejos, ¿no te parece increíble este orden perfecto? No seas tan microbio y agradece. No tengas miedo.

Caminamos erguidos con cuatro esquemas básicos y yo quiero siempre algo más. Traigo el hambre y la fe de los creyentes de todos los tiempos. Me miras y sé que es un milagro y nunca estuve tan abierto y nunca más equivocado. A lo mejor no he cumplido ni la mitad de los días que pasaré por la Tierra. Puede que nunca me haya desviado del camino. Es curioso, no recuerdo el primer verso de mis versos, ni mi primera estrofa, pero estoy aquí sin que nadie me mande, defendiendo un sueño.


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