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La Muerte es una niña todavía


Mientras Juanse sigue de vacaciones por el sur, y David Rocha, desde el otro lado, me alienta para que mis artículos sigan la línea del anterior, directos y rebeldes con causa, me descojono ante la pantalla en blanco, sabiendo que mi problema nunca ha sido el pánico de no saber qué escribir, más bien me pasa todo lo contrario: un folio se me va quedando corto a estas alturas y tengo mil voces, mil temas siempre pendientes porque el foco te lo da la vida a poco que uno sepa contemplar. La actualidad es una avalancha de acontecimientos que da para escribir hasta que se entumece la mano, pero es muy aburrida. A esta hora del viernes, ya estoy pensando más en la playa y en las fiestas de Gràcia que en las ataduras de la realidad en las que se ven inmersos esos ases de la primera línea: Iglesias y Rivera. Les deseo salud y suerte, cada cual a su manera.

Desechando la actualidad y lo candente, podría zambullirme en el presente como tantas veces ha escrito Juanse haciendo honor a nuestro lema: saber diferenciar la actualidad del presente: entender los movimientos subterráneos causantes del baile de marionetas en la superficie; sospechar, por ejemplo, que vivimos en una pedofilia general que tiende a aniñarnos, a deforestar nuestros cuerpos, a entrenarnos y exprimirnos en cubos de cristal a la hora que los jefes dejan de ahogarnos en la bañera para que cojamos algo de aire y así seguir haciéndoles ricos. Pero esta columna no va de la actualidad ni de investiduras, no va del presente ni de las esquizofrenias compartidas que intentan hacer de un animal tan bello como el ser humano un peluche tonto, una aplicación programada hasta para contar las gotas de sudor al hacerlo entre las sábanas.

Entonces, si esta columna no nos habla ni de la actualidad ni del presente, de qué coño va, se preguntará el lector. ¿Es un escrito para salir del paso?, ¿es la semilla de otro que viene?, ¿miento cuando alego que puedo escribir de lo que me dé la gana hasta con los ojos cerrados?, ¿no será todo un engaño, una agresión a los ojos para quien sigue estas líneas, cuando seguramente podría estar haciendo algo mucho mejor en este momento, como tumbarse en el baño a oscuras ? Lo primero que me tienes que pedir para continuar leyendo es que no te agreda, lo segundo es que no te tome por tonto, y lo tercero es que te haga sonreír, provocándote una mueca cómplice entre los desafíos que nos mantienen alerta, haciendo que las cosas buenas de la vida tengan más presencia, que el buscar momentos de placer sublime sea un imperativo contra esa mala perra llamada desidia que tanto estrago ha causado a grandes amigos. Escribir contra nuestra barbarie más íntima, escribir como un grito contenido en un mundo instantáneo, escribir otro viernes junto al secreto del resto de los días, como alguien que abre un alcantarilla y por fin sale a la superficie y tiene algo que emprender, antes de convertirse irremediablemente en otra rata urbana más.

Pude haber hablado de la atadura de la realidad y de cómo Albert hiciera lo que hiciese, o hiciese lo que hiciera, se equivocaría. Pude haber esgrimido el tema de la pedofilia social de la que converso con una amiga estudiante de psicología. Pude haber alabado el oro de Mireia Belmonte o la alegría de los barceloneses disfrutando de la mejor ciudad del mundo. Pude haberme jactado de cómo le vamos a partir las piernas a un tonto que se está dedicando a plagiar lo que escribimos, pensándose que no nos damos cuenta. Tranquilos, La Muerte por ahora es una niña, pero no tiene rivales. Solo está deleitando el momento de su preadolescencia. Pudieron haberse escrito muchas cosas, pero he preferido que este texto sea como una especie de secreto entre nosotros: una clave de sol en el aire es este avión, en el que se estima que no somos más de veinte pasajeros. Como en un concierto de un grupo que empieza.


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