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Bajo la isla


Fotografía: Sandra Mediavilla

Tengo que hallar más imágenes para mantener el orden, la cordura. No puedo desfallecer. Cuanto más pasen los días encerrada en este zulo, más fuerte tiene que salir mi mente cuando se abra la puerta. Porque albergo la fe de que en algún momento se abrirá y entrará la luz cegadora, y no será ya para recibir el insulso alimento que apenas me mantiene con vida, sino para sentir la libertad con los seis sentidos. Son duros los pensamientos que arañan las paredes verdosas y mohosas en este angosto habitáculo, en el que no puedo siquiera ponerme de pie y en el que nunca cabrá mi alma. Necesito praderas, amaneceres, desbordarme de este cuerpo pegajoso y encorvado, envejecido prematuramente; liberarme de los manchurrones de mis mejillas, y frente al espejo jugar con mi pelo entre los dedos. Es curioso cómo, en esta atemporalidad siniestra de secuestro, me ha vuelto a la memoria mi adolescencia con toda su pasión. Discurro por una eternidad, por una consciencia extrema en la que construyo las frases más angustiosas, pero a su vez, hay pasajes de mi historia a los que nunca hubiese vuelto si disfrutase de la libertad en cualquier otra parte. Si tuviera papel y lápiz, y la luz de una noctiluca, lo escribiría todo. Por ello tengo que repetírmelo una y otra vez; la resistencia reside en las palabras y en la narración de mi vida, lindos instantes que creía olvidados: aquel increíble verano de mis dieciséis corriendo con mi vestido blanco junto a él, protegidos por la ingenuidad y la brisa marina. ¡Ha pasado tanto tiempo! La última vez que nos vimos, me reconfortó saber que se sentía orgulloso de mi lucha. Pero me entristece pensar que crea que estoy muerta. Supongo que me refugio en la adolescencia porque es el tiempo en el que más amé. Todo acto tenía un sentido pleno por el amor. Él vivía con la intensidad de quien consigue a su amor platónico, yo con la sensación de que nuestra unión sobrepasaba la idea de pareja, dejando allá por donde fuéramos las huellas del inconformismo social. Le amé locamente hasta que me quedé sin lágrimas. Lo amo más que nunca.

Noto que retumba el techo de nuevo. Supongo que ya es fin de semana y los turistas que visitan esta isla salen a divertirse. No me mires así, ratoncito, ¿no quieres que hable?, ¿estás asustado? A mí me tranquiliza escuchar esas voces de la gente alterada, riendo y bailando. Ven a mis manos, acércate. Tienes una nariz muy bonita, ¿te lo han dicho antes? Estamos en los sótanos de una discoteca y cabe la remota posibilidad de que algún borracho se pierda y nos encuentre. Aunque a lo mejor se piensa que soy una loca y sale corriendo. Todo cuadra de una forma asfixiante: los dueños de la discoteca son también los que planean quemar el bosque colindante, aliados con el conocido Clan de los pirómanos, que se han hecho de oro durante las dos últimas décadas. Aunque parezca que han interrumpido su labor, sabemos que en los periodos de silencio no deja de correr la sangre. El Clan ha entrado hasta en el ayuntamiento, aunque no sin despertar la sospecha de algún juez. No te pongas triste. Ya sé que por hablar tanto estoy aquí encerrada ¿Y tú? ¿Por qué no te metes por tu agujero y sales a la calle? Podrías decirme si algo ha cambiado, si se está despertando la justicia dormida, si relumbran las sonrisas. He sido demasiado confiada, nunca pensé que por presidir una asociación ecologista pudiese ser tan peligrosa. Pero también es verdad que me siento orgullosa de mi arrojo. Ellos no sienten nada por su isla. Yo no nací aquí, pero quiero que siga siendo un paraíso lejos de la taquicardia que sufren ahora las paredes. Quizás no sea una discoteca y en realidad es el frío corazón sintético de una sociedad zombificada que se ve abocada a regar plantas de plástico. ¿De qué te ríes, Ratonetti?

No sería un mal final morir riendo junto a un ratón, pero nos iremos juntos de aquí en poco tiempo, ya lo verás. Solo hay que cerrar los ojos y pensar en todo lo bonito que viene. Según mis cálculos aún estamos en agosto y fuera reluce cada arista. Me ayudarás a explicar este viaje al fondo de la mente, al lugar donde la inercia nunca te arrastra, donde están escondidos los sentimientos más puros de las personas. Desvelaremos nuestra belleza frente a lo macabro. Perdonaremos. Recorreremos, combatiremos. Nos abrazaremos a cada árbol. Volverán las gotas de lluvia a bañar mi piel. Volverán las luces de la mañana a atravesar mis pupilas, volverán las estrellas a perseguirse fugazmente en su danza nocturna para nuestro deleite, volverán... hasta las oscuras golondrinas volverán.

Vamos, cierra los ojos conmigo, súbete a dormir a mi pecho. Todo lo que soñemos se hará realidad, ya me ha pasado otras veces. Mi vestido blanco, nuestra playa. Su cama. Esa otra oscuridad de nuestra primera vez, tan distinta. Me susurraba que era la diosa del universo mientras nos besábamos. Ahora sé que volverá.


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