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La España paranormal y la cifra mágica


España es paranormal. Suceden todos los días cosas inexplicables que me aterran y no me dejan dormir. Despierto creyéndome que todo ha sido un mal sueño, pero al leer los periódicos compruebo la gravedad del asunto. Aunque no siempre tengo miedo, a veces, advierto una especie de columnismo fantasmal que hace que me tronche. Una de las maravillas de la España misteriosa es la denominada por ciertos brujos como la “cifra mágica” (la mitad más uno). La explican en sus columnas. Suenan bien. Escriben bien. Molan. No voy a negarlo. Pero no aterrizamos ayer de Marte y no nos vamos a tragar cualquier charanga.

No entiendo cómo muchos de mis compatriotas que tomaron las plazas pidiendo más democracia, caen en la gran estafa del derecho a decidir tal como lo plantean los separatistas. ¿Decidir de qué forma? ¿Quiénes contra quiénes como si fuera una final de fútbol? En cualquier democracia seria, los cambios trascendentales se consensúan entre las partes para conseguir una gran mayoría. En las votaciones, según la envergadura del asunto, se pide un cuórum distinto. No es lo mismo elegir entre diferentes diseños de parques para un determinado distrito, a que nos juguemos el porvenir de toda una Comunidad Autónoma. En el primer caso es lógico pensar que bastaría una mayoría simple, ordinaria, para ejecutar un plan. En el segundo sería más razonable pedir una mayoría especial, cualificada. Y en un intermedio están las mayorías absolutas, que sirven para gobernar solo durante cuatro años y no para saltarse las leyes. Es de recibo, también, tener en cuenta el cuórum de asistencia ,y que no vuelva a suceder que un Estatuto de Autonomía se ratifique si la mitad de la población decide no ir a votar (Estatut de Catalunya 2006, por ejemplo). Pero he aquí que el independentismo espera ansioso su “cifra mágica”, un solo voto más de la mitad como dije arriba, para proclamar la independencia por los balcones y colorear de un solo color el arcoíris. Olvidando, además, que vivimos en un Estado que garantiza la soberanía de todos, es decir, cada ciudadano español independientemente de su lugar de nacimiento, residencia o la identidad que construya, es “dueño” de todo junto al resto de ciudadanos.

Los españoles parecemos extraterrestres en nuestro país. No somos conscientes de nuestras posibilidades culturales ilimitadas. Hay una confusión brutal en ciertos temas por culpa del desconocimiento, los tópicos absurdos y la falta de pedagogía. No combatimos las ideas de los que intentan fracturar la belleza de la diversidad. Si desde un principio hubiésemos utilizado la luz de la política, ahora no tendríamos que sufrir tanta parapsicología en el periodismo. Nos malmeten oscuridad, sombras, ruidos, divisiones. Algunos columnistas seguirán con sierras de plástico intentando separar la tierra para levitar fuera de la malvada España. Sueñan con ser extraplanetarios y estar solos en un universo monolítico, ser una única tribu, pero llegados a tal punto, tendrán que inventarse nuevos enemigos y reproducir nuevas cacofonías en su radio nacional.

El mundo tiende cada vez más al movimiento de personas, a la suma de identidades (1) y a una concepción no estanca de la cultura. Puedes ser muy de barrio y a la vez sentir la ciudad entera; puedes querer lo mejor para tu Autonomía y defender un Estado solidario. La onda expansiva no cesa: ser ciudadanos europeos, mirar al Mediterráneo y al resto de continentes. Pretender restar no tiene sentido. Cuantas más identidades tenga una persona será más independiente. Los separatistas solo entienden la independencia como bloque, algo que debería estar desfasado en el siglo XXI. David Cameron condujo a su pueblo hacia la “cifra mágica”, convirtiéndose en el mayor ejemplo de irresponsabilidad política de los últimos tiempos. Pienso en los jóvenes británicos que se sienten europeos, me pregunto si no defenderán lo que se expone en estas líneas.

1. Amin Maalouf, en Identidades asesinas, dice que cada persona tiene una sola identidad indivisible en el ser, suma de todas las culturas que uno haya vivido. En mi caso, aunque pienso como el maestro Maalouf, he preferido hablar de identidades en plural para hacerme entender mejor.

Foto de Alaín Llorente


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