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Acuarela mental


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No soy periodista, tan solo amante del periodismo. Lector voraz de periódicos desde mi primera adolescencia. Leo a unos sesenta columnistas que contrasto constantemente. Si de mis hábitos dependiera el oficio, no habría crisis, ni periodistas en paro. Soy sincero para no faltar al lector y no hacerle creer cosas que no son. En las diferentes secciones de La muerte lo que encontrará es pasión por lo que hacemos, reflexión y ganas de cambiar el panorama deleitando. Nuestro objetivo es ser un buque independiente que no caiga en el naufragio de valores de la era digital. Era donde impera la vanidad y en la que tenemos que esquivar millones de imágenes y palabras tan contaminantes como islas de plástico.

Somos lectores que escribimos. Dibujantes que contemplamos. Vividores que amamos. Actores que encarnamos la esencia de la otredad sin sobreactuar. Pretendemos ensanchar el marco de la protesta oficial, devolver a los términos su significado, no quedarnos callados en las causas con menos apoyo. La muerte solo quiere parecerse a los mejores, por eso, nos apartamos de ese falso vitalismo de autoayuda que provoca que lloremos vomitando. Somos vitalistas, pero no rehuimos el dolor que da el conocimiento. Quien conoce la cara oculta de los hechos sufre. Transformar esa herida en un rugido continuo es nuestro objetivo. Queremos romper las pantallas; somos antimodernos si la modernidad es reducir una idea a un meme estúpido. Aspiramos a conectar con la vanguardia escapando de la bomba de humo del presente que siempre existió en toda época. Hay gente que ante el vértigo decide aceptar la toxicidad del falso progreso que nos vigila, que solo aceptará la subversión mientras sea un juego de babas mutuas por las redes. El día que de verdad alguien sea un enemigo del poder, solo le quedará alguna embajada amiga en la que esconderse, o algún sótano muy oscuro.

No soy político, ni estudié Ciencias Políticas, tan solo soy una persona comprometida, lector de pensadores desde pequeño: Russell, Proudhon, Marx, Galeano, Octavio Paz, Popper, José Antonio Marina, Jean Ziegler, Gasset, Kropktin, Erich Fromm, Nietzsche, Sábato, Bergoglio… Pero lo realmente importante es el instinto, el oído. No mentirse a uno mismo. Salir a la calle como halcones y sospechar de todo, destripando supuestas evidencias, ofreciendo un velo a lo que por su importancia tiene que guarecerse en secreto para fortalecer la imaginación, la acuarela mental. Seguir aquí cada viernes pidiendo más texto, aire, texto, aire. Más montaña, más valle. Piel. Más tiras de piel como la literatura que da en pequeñas dosis Karina Sainz Borgo en Crónicas Barbitúricas. Más vocabulario de pelícanos con Batania y el desborde de Marta Fernández. Más la bondad y el estilo de Antonio Lucas.

No soy dramaturgo, no he terminado la carrera de Dramaturgia, pero hago el pino con el índice sobre tejas mojadas arqueando las cejas alejándome de las rejas cuando leo a Ionesco. Sé que la risa es una metralleta gracias a Fo, de lo sobrenatural de la vida por Maeterlinck y de la obra perfecta por Ibsen. Siento la alta tensión con Strindberg, lo disparatado con Mihura, y lo que es justo o no con Camus. Pero sobre todos ellos y sobre el resto, sobrevuela La muerte del genio Büchner que dejó el mundo con menos de 25 años y no le hizo falta más para que su legado corone la historia del Teatro. A mí me ampara su espíritu, me protege porque sabe que llevo por mis venas su Danton ante la guillotina del perro Robespierre. Yo también lloré que la naturaleza política de los seres humanos haya sido una máquina de exterminio durante toda la historia; también sufrí la desidia, la inacción cuando todo estaba acabado y me abrazaba a mis grandes amigos como si fueran Camille Desmoulins. Huele a sangre por todo París, pequeño Rey Mago, hermano menor, pues ya te supero en años, aunque mi primera vez en tus manos teníamos casi la misma edad. Hiciste que levitara y no me comieran mis miedos.

A todo esto, lo que realmente soy es zapatero de calzado infantil, acomodador y antipoeta. También he trabajado en la noche de tarjetero en el mismo local donde me dejaban montar Las noches Valleinclanescas, un espectáculo que buscaba algo más que beberse una copa y ya está. Me arruiné a mi manera hace años en un pude haber sido, en puzles donde me mezclaron las piezas. Lo tuve todo y lo dejé escapar. Creía que con un solo verso al despertar alimentaba el día, que algún ángel vendría ofreciéndome el edén mientras no parase de cantar. Ya no necesito más leche de pezón. Estoy más fuerte que nunca: hace cuatro años que dejé de fumar y troto a diario pensando en estas líneas, en mis dramaturgias bajo llave, en los poemas… Quiero llegar a viejo con chupetones en el cuello y con veinte mil columnas escritas como Manuel Alcántara. Apostaré todo a una, nuevamente, pero ahora con lanza y cabeza. Trataré de ir ganando con el tiempo una voz madura que asuste a los adultos y haga reír a los niños. Al fin y al cabo, la existencia es impredecible y es posible que tras haberme quemado en un infierno dulzón, ahora me regale con dureza una nueva oportunidad.


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