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El empujón más leve


Hay personas que necesitan un pequeño empujón para ir tirando, sobreviviendo al invierno. Una cremallera que no se abra y no esté rota es más que suficiente, como también lo es tener unas monedas para un aseo mínimo y bendecir al cuerpo con un afeitado y corte de uñas, una ducha que haga desaparecer al mendigo, aunque solo sea en apariencia. Hablo de empujones que te hacen sentirte comprendido. Una cuchilla, un algodón, celofán para arreglar una patilla de las gafas, la soledad de una habitación de hostal sin los ronquidos y los olores del albergue, un espacio solo para ti, una barra de pan del suelo esta vez sin hormigas, un billete azul, otro rosa, unas chucherías, un alma que se fía, un vagón abandonado donde no hace frío, una okupa, una Iglesia: son pequeñas muestras de cariño que agradece cualquier Lazarillo a la espera de reintegrarse de nuevo en la comunidad y devolver el favor y seguir la cadena.

Algunos lo llaman caridad, otros solidaridad obrera, pero es más que eso, son destellos de humanidad entre hermanos sin necesidad de ponerle nombre. Es estar atento a los demás, a lo que hay más allá de un ego atiborrado de espejos, enredado en su mismo careto. Hay algo en la sociedad de consumo que nos iguala en la idiotez, un gancho que nos uniformiza y nos hace insensibles. Van a pasar los siglos y nada habrá cambiado. Aunque, a veces, el tiempo se para en un pequeño agujero del mundo y el agujero se vuelve cobijo, entendimiento, elefante verde hablando con elefante verde, sin testigos, tan solo la humanidad del instante, de la noche, haciendo cambiar de rumbo al buque del naufragio para transformarlo en el buque de las estrellas.

Soy rico porque puedo compartir hasta en la mala hora de la pobreza. Escribo desde la casa en la que vivo, divisando una calle alegre y con trasiego de comercios de familia. Esas tiendas en las que deberíamos comprar más, escuchando el latido de los barrios. Carrer Gran de Sant Andreu es larga y bonita, un ejemplo claro del espíritu catalán al que le gusta ver cristalizar las ideas. Hay ópticas, relojerías, estudios de tatuajes, estancos, farmacias, clínicas dentales, boutiques, panaderías, zapaterías, mueblerías, cafeterías, fruterías ecológicas, quioscos, tiendas de electrodomésticos, jugueterías, ultramarinos, floristerías, perfumerías, bazares… Aquí todavía gana el conocerse de toda la vida, o ser un enamorado recién llegado. Acaban de encenderse las luces de Navidad y el revuelo de viernes se nota en la chiquillada y en las corbatas ligeramente ladeadas queriendo descansar hasta el lunes.

Desde la dulzura de una tarde de lluvia, guarecido en mi hogar, adormecido lo justo para ser sensible a los sonidos que me balancean, al calor de la taza en la palma de la mano, a las gotas resbalando por las ventanas que por fin vuelven a ser lágrimas de felicidad, de quien se deja caer a un sueño, a otra realidad palpable, pienso en otro tipo de necesidades, pequeños empujones sutiles como una caricia que me desmonte y me hunda y me lleve más adentro aún, hasta que de tanto quemarme tenga que desnudarme a cámara lenta, terminado el texto y el viernes tranquilo. Leve como el beso que te empuja cayendo en el cielo de la cama.

Navidad Barcelona, foto pública


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