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El sol de Sócrates


Sant Andreu, Barcelona. Alaín Llorente

La estructura narrativa mental mía para esta columna es un sol. Su luz me estremece con sentimientos que creía sepultados bajo una ética algo fría. A veces, para bien, uno no es tan miserable como se piensa y lo que atesoramos sin saberlo aflora ante un determinado dilema. Es en la acción donde nos medimos realmente, y en el trato con el dinero.

Llevo cuatro semanas vendiendo casas en una inmobiliaria. Hablo al día con muchísimas personas -contactos- que abren la puerta de un hogar al que un mercado le pone un precio como pasa con los libros o con el aceite o con algo igual de sagrado como la leche. Nunca me había imaginado en este puesto y he de decir que se puede ser un buen tipo ejerciéndolo, aunque de primeras el sector inmobiliario no tenga buena prensa. Pero al igual que hay banqueros como Joan Melé es grato trabajar en una empresa familiar donde no tengo que esconder mis cualidades para llenar mi cartera particular de inmuebles.

No es que me haya vuelto tan concreto como una factura de la luz y los poetas comerciales, tampoco he bajado de dimensión espacial, pero lo que sí es cierto es que se ha acentuado en mí lo social, reflejado en mis ganas de ser más humilde en mi relación con la sociedad, escribiendo para hallar lo especial, aquello que hace que nos brillen los ojos y que vivir merezca la pena.

Converso en el tajo con mayores en su mayoría sordos que afinan los ojos y arrugan la nariz en un gesto por querer escuchar, cagan líquido, me dicen, van a morir en su casa, eran niños en los bombardeos de 1938, otros nacieron en los años veinte y se mantienen de pie como Sagradas Familias que contemplar con la boca abierta. También hay viejos con muy mala leche y mujeres y gays quemándose por dentro, como yo cuando me imagino en cada tasación que una loba me parte en dos.

Converso con parejas de mi edad, parejas modernas y libres que van a por su primer piso o casita en Sant Andreu, barrio en el que, por cierto, empecé de okupa -solo fueron quince días en la Dissa-. También hay solteras que buscan alquilar un estudio con las mismas características que busco yo, así que me apunto el número y busco para los dos aunque los alquileres los lleva una compañera. Por lo visto la calle Sócrates está llena de pequeños apartamentos ideales para los versos bohemios que van llegando a este universo de calles de filósofos y poetas.

Lo dije al inicio: la estructura narrativa mental mía para esta columna es un sol bien redondo y sonriente, un dilema que se ha puesto al comienzo del camino para ver si sirvo para este trabajo. Un comienzo y un fin continuo en cada metro cuadrado para que escriba en la levedad de la alegría. Es un sol secreto. Ni siquiera sabe ella que es mi sol y al lector solo le dejo que se lo imagine.


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