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Me apetece vivir


Estalló la carcajada de pronto desde el cielo, como un ataque aéreo, matándonos de la risa. Hay tejas redondas por los cielos, lunares de un animal fascinante, modernista. Hay una lágrima de cemento y una grúa que se mueve. Me acota el tiempo y el espacio en la Plaça de les Palmeres, donde los paletas vuelven al menú y un artista deja fina una fachada, trepando, pintando, cantando Horas de vuelo, de Lichis. Voy a toda pastilla como Estopa, con un piolet en la sien, nervioso por entregar el texto a tiempo -el piolet de mi voluntad-, cuadrando dos mundos -corazón y cabeza- como solo lo hace bien Diego Pablo Simeone.

Estoy rodeado: abuelas armadas hasta los dientes, encaramadas en las azoteas me protegen. Soy su niño. Saben que escribo desde un bar de 1900: un alto en el camino, escritura de ataque, para sentirme bien y comprometerme con un tejido social que me da escalofrío. Cada persona es un palacio -abran sus puertas-, una explicación que ofrece un sentido. Siempre me encandiló la calle, hoy marcho firme con todas mis voces al unísono. Es el despertar de las fieras. Tuve la suerte y la desgracia de crecer demasiado cómodo, ahora tengo que pelear por el bobo que no supo reaccionar a tiempo.

Algo cambió desde que dejé la nave de la madrugada por las escenas mañaneras de los gremios. Pese al trajín, me zarandea un pensamiento suave, que se desliza lento, como la bola negra sobre el tapete verde -gato negro de ojos verdes, ya lo dije- directo a la madriguera de la ocurrencia que haga verter más frases. Negrura de un sexo exquisito donde esconderse.

Sonó la carcajada universal y me apeteció la vida, así, de repente.


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