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Promesa


Noah

Un vino me trajo hasta este preciso instante, la marea del presente, un presente hoy más grande, tan grande como un mar que es una casa, mi casa de horizontes sin límites, donde los duendes ordenan mi realidad no consciente, donde el espacio de afuera es el relámpago interior, donde la luna de la noche es la luna de mis sueños. Desvarío. No. Mentira. Nunca he estado menos enajenado que ahora, que empiezo a ser otro: otro de mis tantos múltiples que se fija en mí a través de las cristalerías de colores, y eleva algo muy profundo que desconocía, o que pensaba que no existía, pero que puede terminar siendo como descubrir el tesoro de un barco hace siglos hundido. Mensajero soy entre mis voces en esta mezcla, en esta fusión. Lo dijo Maalouf: se progresa hacia la esencia.

Y un vino me trajo hasta aquí. Es la muleta de este texto. El foco del que habla Millás. Mis teclas van como una locomotora loca y algo huye en desbandada mientras me acerco. Alguien o algo me huye ¿Será el amor?. Me leo fuerte y en alto y sigo. Lo que os quería decir, lo que llevo dentro y quisiera expresar, es que un vino me trajo hasta aquí, pero no estoy borracho porque fue un vino de hace tiempo y ahora estoy igual de sobrio que un cocodrilo recién despierto, justo cuando abre los ojos de sopetón y aún perdura la fantasía del sueño. No dejemos escapar la chispa, el toque, el roce. No entremos en el asqueroso aburrimiento de hacerse las mismas heridas y de sangrar la misma sangre por los oídos. No seamos pelmazos. Lo que huyó de mí es el bostezo, la reputa desidia, el Peter Pan tontito que se deja abofetear. Lo dice Jodorowsky: vamos acumulando todas las edades y nunca se abandona del todo al niño, al adolescente, al adulto, al viejo… Pero yo fui un niño milenario durante demasiado tiempo. Ahora me llamo papá frente al espejo. Papá, estás más vivo que nunca, te sienta bien la americana. Anda papá, escribe para La muerte y nunca lo dejes.

Solo venía a decir que me agradan las personas que hacen que perdure lo especial, el encanto, el hechizo, que a la mañana recuerdan lo prometido de copas la noche anterior. Es una constante lucha para que no decaiga el viaje y no desfallecer en la aproximación a la propia utopía, no la colectiva. Las utopías colectivas terminan en fascismos. En un brindis me soñé viviendo en Barcelona y aquí estoy. Me sienta bien cumplir lo que me juré con un vino.


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