San Andrés independiente
Escribo desde el centro húmedo, suave y trenzado del universo, desde la capital del mundo. La voluntad siempre es un deseo, un forastero que viene a colmarse. Me he hecho independentista en Cataluña, pero no persigo la independencia de los Países Catalanes sino de mi barrio: San Andrés. También, es cierto, que una vez independientes, no es nuestro objetivo una nueva república. Aspiramos a ser un reino, un reino sobrenatural donde tengamos todas nuestras ilusiones consensuadas, así no vendrán de más allá de la Meridiana -a partir de ahora se llamará la Mediterránea- a decir cómo tenemos que vivir o pintarnos las caras. Las mujeres en San Andrés son diferentes -ellas lo saben- y dicen los sabios que desde hace décadas no había una primavera con tantas embarazadas. Todo está dispuesto para que pase algo celestial, se predispone el verano para el milagro, las señales esta vez son claras y si mantenemos la sensatez será imposible cegarnos de lirismo, es más, hemos sido demasiado prosaicos, treinta años de prosa a mis espaldas es para que, por fin, levante mi ser sabiéndome el elegido para subirme al balcón y proclamar en verso las leyes que nos demos.
No tenemos nada que ver los independentistas de San Andrés con esos fachas de nueva indumentaria, tan lejana a los fachas de toda la vida como nosotros. Ahora el fascista se camufla, puede parecer hasta punk o hippie aunque parezca mentira. Lo natural es amar lo diferente vistas como vistas, te pongas el trapo que te pongas, mas lo extraño, lo desconcertante de toda la chusca que le está haciendo la ola a la demagogia, es que parecen peña alternativa aunque luego quieran llamar extranjero a mi compañero de trabajo que viene a Barcelona desde tierras del Quijote, o, a un servidor, que nació después de un largo periplo en el asfalto materno de Prospelandia, allá en otro planeta, Madrid, cruce de caminos malvado, centralista, donde viven dragones y reyes y también un tal Sabina y los espectros de don Ramón María y Mariano José, madre mía, que se me salta una lágrima. Nacidos o no en Madrid, pero que fueron madrileños incluso antes de su llegada. Esa es la gracia.
Puestos a abrir el melón de las fronteras que pregunten a cada persona lo que quiera ser. Seamos como los anarquistas de San Andrés a los que les da igual el proceso independentista de Cataluña. Que cada cual y cada quien sea soberano de la patria que se invente después de haberse fumado cinco porros y en caso de urgencia que la ambulancia la conduzca su padre. Que todo se dinamite en ombligos minúsculos donde se cuelguen casas de madera, eso sí estaría bien. En mi reino no habría coches, solo trenes, y bicicletas no solo rojas, sino malvas, celestes, grises azuladas. La única diferencia entre mi patria y la patria que quieren los separatistas, es que de nuestro reino podrá ser cualquiera en cualquier momento y a su vez nosotros también podremos elegir en otros reinos como en Galicia, Extremadura o Aragón. Lo malo de toda esta reflexión delirante es que no he descubierto nada, aunque sé que aún cuesta mucho entender que la soberanía reside en cincuenta millones de duendes y que ninguno es quien para aniquilar al resto. Toda España es de todos.