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Incendio de marionetas


Noah

Discurres desenredando el ovillo. El embrollo de los días de la semana -otra vez- amenaza como una trampa, como una plataforma de feria a tus pies más veloz que tú y que te acaba derribando. Es complicado saber respirar adecuadamente, pararse cuando es menester y que el planeta gire al antojo. La mayoría de lo que pensamos solo sirve para amontonar basura. Hacemos tediosa la arquitectura, pero la vida se transforma en cada latido, cada día los naranjos de Coroleu son distintos y distintas las casas de principios del siglo XX, aunque nuestra visión vidriosa no aprecie tales movimientos.

Sobra la laca apelmazada en tu melena, señora; sobra ese pequeño crédito que ahora te salva, pero al que no debiste acceder -asume la culpa-; sobran todas las horas en las que no estás escribiendo o trabajando de verdad, en las que no tienes alma alguna que acariciar o una ola que te peine. Siempre vamos aguantando al pelmazo de nosotros mismos, a nuestra musa enferma, esperando que suceda algo especial para desprendernos de nuestra ceniza por un rato. Tal vez, esta madrugada en las hogueras de Sant Joan, suene en mi cabeza el poema Noches del mes de junio; quizás recobre mi ser el sentido y se me vuelva a erizar el vello aunque solo sea una ráfaga de segundo. Estaré contento si sueño dentro del poema de Biedma o si en un momento dado -un chispazo- una chica sin escorpiones se me aparece.

Es tan difícil encontrar la sencillez que habremos de permanecer con los ojos bien abiertos. Una sencillez que abandona todo lo superfluo y no se deja llevar nada más que por su levedad e inteligencia, apartando aquello que estorba: la nube gris de los no discursos; el piloto suicida de las pequeñas acciones cotidianas que te van matando, sepultando poco a poco, borrando tu mejor dibujo; la cacatúa que te mira tras el espejo y se sabe de memoria tus siguientes pasos; lo peor de ti, lo que más detestas y merece que se pise como a una colilla o cucaracha. Aún estás a tiempo para matarte y no vivir una mentira colgada de todas tus perchas que rodea todas tus pertenencias. Todavía hay colmillos cortantes para rajarte el ropaje y desnudarte, y ser cada vez más tú, un atleta sin preocupaciones, solo atento al juego, a la seriedad feliz por absorber el presente mientras a lo lejos arden tus peores marionetas.

Quemarme dulcemente apareciendo al alba en otra novela es mi deseo. Quiero ser el primero en contemplarla para reírme de la falsa sencillez de los medios y redes, del exceso de ornamento, de los que no entienden cada texto como un boca a boca. Sí, yo soy el ahogado al que siempre reanima un buen autor o un buen culo; el muerto que se deja seducir por la llama de dos tobillos y unas muñecas desnudas. Quisiera verte aparecer esta noche, para fundirme contigo, ¡oh, ardilla reina del universo! ¡Oh, sí, esta noche! ¿Quién será mi príncipe compañero de risas? Que la inspiración me encuentre sin conocimiento.


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