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Observaciones de un comercial


Noah

Él se llama como el poeta: Damaso. Ella Ana como cualquier otra Ana, pero no es Anna Karenina, ni Anna Kournikova. Damaso y Ana no se conocen, eso creo, aunque seguro que se han cruzado durante décadas por las calles de Sant Andreu. Habrán comprado en los mismos comercios familiares de la calle grande; coincidido en el emblemático Versalles, local de tapas y copas, antaño refugio durante la guerra donde ahora es la discoteca en el sótano. Él y ella se soñaron muchas veces volviendo a la matria de su infancia, ella a Córdoba y él a la Costa Brava. Han pasado los años, los dos quedaron viudos con los hijos bien lejos, tan lejos que alguno está muerto –las nietas curan algo la herida, según Ana-. Están en la edad de las últimas decisiones importantes, saben que venden o alquilan ahora o ya les pillará la muerte en la casa.

El comercial de pisos siempre solo, alma en pena, siempre solo, recolector de historias en busca de la recompensa, lagarto vestido con camisa en medio del desierto húmedo de Barcelona. Reptiles de ojos verdes capaces de zarandear un edificio como un terremoto y que haya una lluvia de monedas y a la vez morirse en un paso de cebra, ahogarse en un vaso de agua. El comercial, lobo solitario, una gama de infinitos colores bajo la sola apariencia de un traje malo de Zara. El comercial de pisos si tiene corazón recuerda continuamente a Machado, sabe que el valor de una casa es incalculable, aunque el precio lo estipule el mercado. Somos peones más que nadie de las burbujas inmobiliarias, pero mucho menos culpables que las administraciones o cada propietario. El captador de pisos tiene más maniobra de lo que en un primer momento se pueda pensar para ejercer la ética. En todas las profesiones hay desalmados, sin ir muy lejos el otro día traté con una profesora que si fuese padre no dejaría ni un segundo a mi hija en sus manos. Por loca y por estúpida, por solo demostrar que en su día entregó los deberes a tiempo.

Ana me ha regalado una muñeca de las que hace. Llevo seis meses en esto y ya es el segundo regalo que me han dado. El primero fue una pequeña mesa de madera y mármol, antítesis de los muebles para maniquíes que se fabrican a día de hoy. Ana quiso vender y me llamó para que hiciera lo que como un loro repito todos los días aquí y allá, por teléfono, por los bares, sudando en las plazas, puerta a puerta: una tasación profesional gratuita sin ningún tipo de compromiso y con su correspondiente informe donde detallamos las características de su inmueble. Pero es muy raro que no sobrepase la raya del oficio y no derive en lo humano, es más, no entiendo lo uno sin lo otro, si no para qué estamos… Y así fue como Ana se convirtió en amiga y yo en oídos para ella. El buen comercial escucha y no da la brasa, se mueve con delicadeza y sabe encajar con humor y paciencia las respuestas de quienes te tratan como si fueras un terrorista. Aunque todo hay que decirlo: la mayoría de la gente es simpática y no son pocas las veces que me han ofrecido un refresco, un café o un agua, al verme tan acalorado por los rellanos.

A Damaso lo conocí en su portal y me maravilló su nombre y, claro está, hablamos del poeta. Yo creo que es Damaso Alonso reencarnado, y ha querido que vaya a su ático y tase sus ochenta metros cuadrados útiles más veinte de terraza a nivel orientada al mar, donde lo único que se escucha es la algarabía de los recreos del Jesús María. Damaso me entró a mí, fue él quien me habló primero. Aparte del piso tiene varias plazas de coche por la zona y está barajando que gestione su venta. Tiene un Audi A4 gris con plaza privada en la misma finca del ático, una comodidad que vale lo suyo. Hoy mismo me encontré a Damaso por Concepción Arenal y estuvimos conversando. Me dijo que en septiembre me dirá si me da el ático a la venta. Le dije que antes de que se fuera de vacaciones, le llevaría mi libro, Ritual, al igual que hice con Ana y como hago siempre después de las tasaciones que de algún modo tocan mi corazón. Hay muchos tipos de tasaciones, las buenas son las que van acompañadas de la historia de la casa y pueden durar horas.

Ana vive en un bajo de tres habitaciones en la calle Castellbell, con una superficie de unos sesenta y cinco metros cuadrados útiles más siete de patio interior donde tiene sus macetas y donde a veces da el sol en forma de hacha. Vive sola como muchas viudas en toda Barna. Recibe cada cierto tiempo alguna llamada de sus hijas o unas fotos por Whatsapp de las nietas en tal o cual actividad extraescolar, o bien tocando el saxo o en natación salen sonrientes con el gorro y las gafas contra el cloro. Ana lucha contra una depresión de caballo y el recuerdo de su hijo muerto, al que vio degradarse poco a poco, los dos solos, durante años. Es una persona muy inteligente, profesora retirada hace ya más de diez años. Suelo pasarme por su casa de vez en cuando y hasta he publicado con La muerte algún viernes desde su ordenador de mesa cuando mi máquina de escribir fallaba. A veces coincido también con una mujer que viene del ayuntamiento de Barcelona para hablar con ella y pasar el rato. No es educadora social ni nada que se le parezca, pertenece a una rama de atención al ciudadano que desconozco.

Ay, Damaso, quién pudiera terciar más contigo, bañarse en tus leyendas, perderse por tu experiencia pasada. Se te empañaron los ojos, como siempre se le empañan a los que aman, cuando recordabas a tu esposa, tu rosa bonita de la casa. A tipos como tú se os quiere, Damaso, hombre tranquilo, en ti hay palabra. Me sorprendió que ejercieras como mecánico de camiones, te imaginaba en otro oficio… Ya sé que ganaste de lo lindo en una buena empresa cuando había más derechos, pero yo sé que eres el poeta y que tu soledad es un rey en las alturas de tu ático. Una gran colección de libros atesoras y más de un vino me bebería contigo tras desanudarme la empresa y la corbata. Damaso, vende y date la vuelta al mundo. Cierra como un héroe tu poema, cierra la vida como Dios manda.

El comercial siempre solo, testigo de todo cuanto pasa, señalado a distancia. Siempre buscando seguir creyendo, intentando no venirse abajo en su estado de ánimo, pues estamos en un trabajo en el que no se puede salir a medio gas, donde la mente y lo que uno ofrende es más que decisivo. He comprobado que casi siempre se recibe lo que antes se ha dado. Los días en los que me muestro agrio traen los peores gestos, sin embargo, cuando regalo entusiasmo se empiezan a abrir las puertas, comienzan a escribirse las historias como la de Damaso y Ana. En este caso tienen muchos puntos en común, aunque el desenlace se ve venir que será distinto. Mientras los hijos de Damaso van a favor de la venta y que con el dinero compre una casa junto a ellos en Cadaqués, las hijas de Ana piensan más en un futuro lejano mientras siguen enviando emoticonos y fotitos.


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