Sirena de Marsella
He aquí la chispa a la que se refería Hesse, no sé en cuál libro, ahora no recuerdo. La chispa que me hace escribir esta noche con la quemadura del vino, la llama que se enciende e impide la total lobotomía. Tú decides hipnotizarte con el fuego o ser uno más en la inercia insana. Hoy quiero hablar de Lola, emprendedora con sus pagos a cuestas, luchando contra diversos elementos como el recibo de seiscientos euros de luz. La misma luz que por primera vez me domicilian y en cierto sentido me hacía ilusión, hasta que reflexioné sobre esta forma de nacionalización privada, donde apenas dos familias nos destripan conchabados con los políticos de turno. Y me duelen las facturas de Lola y me repugna mi primer recibo de la luz -¿y las cartas de amor, señor cartero?-. Creo que las personas que apuestan por algo distinto deberían tener más respaldo de las administraciones. No soy economista, pero lo puedo decir bien claro: protejan a Lola porque su magdalena no está envuelta en una nube de plástico y su proyecto representa un pequeño empresariado que no se ríe del trabajador. Tiene 25 años y es su primera vez. Nunca antes había materializado su sueño de tener un espacio propio donde ofrecer postres y tapas caseras tradicionales de Francia y Cataluña. Qué bien suena tradicional a veces. Es una maravilla que, en Sócrates 102, aparezca así de repente una seta alucinógena, tan lejos de la bollería industrial imperante. En Chez Lola nos juntamos una juventud ajena a estruendos y algún veterano que ve en su ambiente la aurora de un tiempo.
Contemplo a Lola, tras la barra, sin que ella se dé cuenta. Pensé escribir en mi estudio, pero la verdad que solo quiero el nido para cuando la noche se haga más noche y sea más abrumadora. Su cara angelical de mirada celeste te cautiva y su rubia melena ahora recogida en un moño irradia fuerza de ninja. Es esbelta y curvilínea, un reto al pincel y al cincel. No hay que obviar la belleza. Aunque lo más relevante es que su palabra denota cultura, parece buena persona, dueña de sí misma, una chispa caótica, del caos de los genios. Nos reprende a los presentes cuando aburrimos narrando la misma historia. Pone buena música y nos trata con dulzura. Hace unas noches me contó que una madrugada de primavera que estaba muy triste, se adentró en el espigón más largo de la playa, y allí, en medio del azul oscuro plateado del mar y la lluvia que empezaba, se bajó el vestido y se bebió sus lágrimas. Después se lanzó al mar y no entendía de distancias ni de tiempos, lo importante era nadar y soñar, nadar y reaparecer en otra orilla, de otra arena, mejor, sin diques de ningún tipo. Aquella noche fue la semilla de Chez Lola y forma parte del vino que ahora moja mis labios. Y aunque amenaza la duda de si conseguirá mantenerse a flote, de si pese a la calidad de los sabores habrá quien se acerque, lo trascendental es aventurarse. Incluso naufragando merecerá la pena, sirena de Marsella.