top of page

El kamikaze putero


Imagen cedida por Wix

Dos puntos rojos que se pierden en la noche por la carretera, un hombre al volante y la bengala del cigarro entre sus dedos finos y morenos. Es consciente de la ruta que ha de llevar hasta el alba. A veces pega un bocinazo para ver si el búho del bosque aparece y lo ilumina con sus ojos gigantescos. La soledad que siente en su pecho se expande, pero no lo entiende como algo negativo, sino como otra hermana más de la libertad y el espíritu de la creación. Bendita familia que hay que alimentar. Quien quiera formar parte de ella que pague con lingotes de oro un alto precio, para fundir el gualda con los telones negros de las estrellas.

Sabe que es un camionero atípico, aunque el camión lo estrenó una prostituta madura casi vieja, de pechitos caídos, pero que se movía muy bien y era cariñosa y revoltosa como una pequeña perra. Él le susurró que el mundo funcionaba al revés y que era ella la que tendría que haber pagado por tan buen polvo con un joven guapo y atlético. Los dos rieron y ella, que aún guardaba algún destello de cuando fue modelo, se volvió a poner caliente y continuaron los besos, las caladas y las risas.

Nuestro camionero admira los paisajes por los que rueda, las pieles que acaricia, las conversaciones de café cortado en el invierno con los colegas de oficio en las paradas más apartadas. Nunca se imaginó conduciendo, aunque comprobó rápido que todo lo que veía por la luna y las ventanas del camión, le servía después para cuando pintaba al llegar a casa. Tenía temporadas más inspiradas que otras, pero desde la adolescencia nunca había dejado de pintar, ni de tener siempre una predisposición del alma y los ojos para plasmar con colores la vida. Para él todo es un cuadro viviente, un teatro, un símbolo que asoma.

Últimamente tiene miedo a salirse de la carretera, a estrellarse contra la nada insignificante, a permanecer abotargado, como si el mundo estuviera pintado a un solo color. Sabe que coger el pincel lo salva, pero quién no se desvía por las carreteras que menos le convienen. Quién no es un poco kamikaze. Qué tienen de atractivas esas curvas tan peligrosas que desafían a la coherencia de las líneas rectas en las que corres el riesgo de quedarte dormido. Difícil combinación, la de hallar un equilibrio que nos mantenga cuerdos y a su vez divertirse derrapando, desparramando, transformando el relieve y cada carrera a nuestro gusto.

Dos puntos rojos que avanzan en la noche por la carretera, otra bengala que se enciende entre los dedos, un joven hombre al volante que sin querer está pegando cabezadas quedándose dormido, teniendo pequeños sueños de apenas de tres, cuatro, cinco minutos, donde surgen las figuras y animales más alucinantes. Siempre al abrir los ojos prosigue conduciendo todavía con alguna imagen fantasmagórica colgada en la retina, mezclándose con la realidad presente. Nunca le ha contado a nadie estos episodios fantásticos, ni que puede conducir dormido varios kilómetros. Temen que piensen que está loco y le mediquen. Quizás una noche su sueño se alarga y se convierte en pesadilla para los familiares, aunque él flote de placer como un astronauta por paisajes que pintar para La muerte.


bottom of page