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Nido de víboras


Imagen cedida por Wix

Tan pronto llega la vuelta: justo cuando ya estaba perdiendo el temblor de adaptación de los primeros días, la ansiedad o el asma que no diferencio, la disputa entre el pánico y la utopía. Será la extrañeza de volver al vientre y de dormir en mi hogar, en la casa donde nació mi madre. Siento fuerte a los amigos de toda la vida, las raíces de mi comarca poética que tanto quiero y anhelo cuando estoy lejos, las viejas historias que resucitan, los mayores que te han visto crecer y te recuerdan lo que parecía olvidado. El alma, según mi amigo Alex, tarda unos días más en llegar, no viaja en el mismo tren, ni cabe en la maleta. Nos va persiguiendo, aunque no nos demos cuenta, y la vemos cara a cara unas cuantas veces al año, sobre todo en vacaciones.

Ella se quedará aquí cuando mañana marche a Barcelona. Por eso disfrutaré de este día y del festival a la noche en el que estaremos juntos los dos. Hay que cuidar las despedidas, los hasta pronto, a la gente que se alegra de vernos porque somos parte de algo y cada cual guarda una anécdota en la que eres tú el protagonista. Soy el niño que llegaba de Madrid a disfrutar de la libertad de Olivença, a jugar a los juegos callejeros que allí eran imposibles. Soy el ya no tan niño que se escondía en los caminos a ver cómo follaban los jóvenes en los coches. Dábamos un golpe en el capó y salíamos corriendo. Soy el adolescente enamorado de la política y miembro del comando Olivezarra que nunca pasó la raya de las pintadas en el Liceo, donde jugaban a las cartas nuestros padres. Un día pusimos en la fachada –nunca mejor dicho- nido de vívoras en vez de víboras y todos los socios se rieron de nosotros. Para enmendar la falta ortográfica, poco a poco, nos fuimos pasando a la poesía, que es en sí el radicalismo más potente que existe. A mis treinta y un años mezclo todos mis sueños vividos en el pueblo, todos mis besos, noches, viajes y lecturas, y me sale la mejor copa que haya bebido nunca.

Es posible parar el tiempo ahora. Disfrutar de cada palabra que emano mientras mi padre duerme la siesta en el salón junto a K, su mujer. Es posible amar la casa que permanece en el tiempo y que reformamos con todo nuestro amor, para honrar la figura y recuerdo de Amelia, mi madre, a quien llevamos por dentro y es la diosa que nos une, sin necesidad de melodrama y aunque no hablemos mucho de ella. Paseamos nuestras ganas de vivir, la fortaleza de quienes adoran la vida y saben sobreponerse. Hoy y siempre estaremos en las plazas celebrando la existencia, compartiendo, derrochando si es preciso.

Toca volver. A lo mejor me monto en el tren de empalme y que nadie me robe la luna. Era necesario venir y comprenderse. Comprender lo que somos. Nuestras inquietudes. Un segundo que merece la pena para no volverse majareta. Son momentos para reafirmarse y confirmarse con nuestro ser, para enunciar las frases que no podemos olvidar a la vuelta. Las almas andan perdidas y ese es el gran problema. Recuperarlas solo durante quince días de vacaciones es como necesitar un hospital. El reto para este año político que empieza, es hablar con ella al menos una vez al día.


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