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Ni Nacho Vidal ni Cervantes


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Pasan de largo los días como trenes sin pasajeros que no paran en la estación. El destino soñado me mantiene vivo, pero quién me dice que no sea una ilusión, o una parte ínfima de la realidad que avasalla. Mientras se escribe se respira la gloria, aunque no te lea ni Dios. Escribir siempre te salva, te muestra el espejo más certero, la cicatriz que desconocías. Ninguna secta te da lecciones, porque prestas atención a los maestros. Qué va a poder contigo tu jefe, si a ti quien te impone es Gabo o Cortázar. Qué clase de psicología de tercera no te va a hacer reír, a qué imán no te vas a subir a su barba… Pero incluso con esa fortaleza de estilo, el tono es lamentable, autocomplacencia de la desidia, maldita sombra que me ha nublado la mitad de mis días.

Leer también nos salva, nos pule. Nos devuelve virtudes que permanecían dormitando. Por eso a los predicadores de los libros únicos, no les interesa los ávidos lectores que saben cuál es el alimento del alma. Quiero aclarar algo muy sencillo, pues parece que hay gente que no se percata: leer no es una actividad más, un hobby de sábado noche que bien pudiera ser sustituido por otro. Si alguien no lee, cojea. La independencia se conquista leyendo. Cualquier chaval de dieciséis años, estará mucho más preparado para contraatacar cualquier ideología, si atesora un ejército de resistencia de metáforas. Pensamos con palabras; las imágenes de las narraciones más cristalinas nos regalan los símbolos que son la máxima expresión de la inteligencia.

¿Y el sexo? El sexo con amor también nos salva, aunque sea un amor relámpago o lo que dura un cruce de miradas que se desean y luego se soñarán con los dedos. No desvarío. Cuento esto ya que últimamente vivo una crisis de mi persona. Bueno, en realidad, siempre me ha pasado lo mismo y son pocos los días que no destruyo mis columnas para empezar de cero. Me veo desde lejos y soy un extraño en mi propia mente. No hay lugar en el que no me sienta infiltrado. Entonces empiezo a replantear todo mi ser, cuestiono hasta el sexo que me pone. He inoculado mi demencia en más de un hombre, solo para saberme más hetero al desprenderme.

Pese a los derrumbes de cada día y las recaídas en lo mismo y las intentonas para nada, la verdad que algo avanzo. Avanzar: verbo que le encantaba a mi ex hace años cuando me veía en la inacción más absoluta, siempre chapoteando en mi oasis. Mis pequeñas enajenaciones tampoco me preocupan en exceso, tienen algo de comedia si las comparo con el desasosiego de Pessoa. Duermo a pierna suelta y estoy mejor que nunca. Digamos que mi vocación al fango solo es para apreciar mejor al contraste las auténticas sensaciones de la vida.

Ayer me pilló desprevenido una pregunta que una chica me hizo en un chat para ligar. No habituado a tales conversaciones, quise cortar por lo sano la deriva poco natural en la que me deslizaba, tal que -como se dice en el teatro- di una respuesta salvajemente inadecuada a uno de los puntos de su interrogatorio. Yo solo quería provocar el desenlace, saber si pretendía una cita o solo estaba mareándome. Su cuestión topaba de bruces con lo que es realmente importante para mí: una pregunta de la que no te puedes escapar, ni vale apagar el ordenador, ni jugar al endemoniado enajenado. Tecleé en la pantalla que aspiraba a vivir de lo que me apasiona y así no tener que vender pisos. No era mi intención profundizar más, pero introdujo el dedo en la herida: “¿Y qué es lo que te apasiona?”, preguntó. Quise ver su reacción: “Escribir y follar”, contesté, “Pero no soy ni Cervantes, ni Nacho Vidal”.


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