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Tras dos meses en coma


Ahora que tengo la edad que tenías cuando eras marino, te sueño. Te imagino sobrepasando los horizontes que veo desde la costa y resucitan mis dedos escribiéndote. Es la única forma de devolverte todo lo que me has dado, siempre tendré la sensación de deberte algo que contrarreste al cafre, al menos unas líneas que merezcan la pena.

Aquí respiro y aquí vivo. Algo más formal quizás. Más hombre. Bastante más trabajador. Todavía disparando sin apuntar, sin persistir, sin derribar la muralla de los bloqueos, porque pienso que aún es pronto para el día definitivo, para mi acontecimiento mental silencioso, día en el que no exista vuelta atrás. Pero no me creas nada, mi única verdad es que continúo sin amar lo suficiente lo que merece ser defendido.

Llevaba dos meses sin escribir, dos meses en coma. Ahora me levanto como después de una paliza. En estos dos meses he sido un fantasma al que le han pasado grandes cosas y ha sentido mucho. He conocido a una chica de locura, he dejado una empresa por otra y me han intentado partir la cara en el bar de enfrente por explicar mi postura: que la democracia es un arcoíris y la voluntad de una Autonomía no cabe en una consulta binaria. Que hay gente que se le llena la boca con el pueblo, pero lo divide, lo aleja del viaje consensual.

No quiero ensuciarme mucho con la política. Ni excitarme. Me he defraudado a mí mismo siendo demasiado explícito, recurriendo a palabras ya dichas. Ya sabes lo que creo, lo que voto, ahora prefiero disfrutar del mar y alejarme de los animales irracionales de las masas abducidas. Volver a lo social, pero cada cual navegando a su viento; defendiéndonos, con la serenidad y la filosofía del Mediterráneo, de la avalancha propagandística y la Barcelona empapelada. Me niego a ser un buzón andante a punto de reventar.

Hoy desde el Coll he vuelto a divisar la ciudad y desenvainar mis utopías. Me he acordado de ti como siempre, te he dibujado en la misma costa quinientos kilómetros más abajo, y he notado tu calor próximo cubriéndome la espalda, siempre devolviéndome al camino, siempre más que un vientre conmigo. Nunca me adoctrinaste ninguna idea, has dejado que me golpeara en una libertad suicida. Por ello, te estaré siempre agradecido.

Desde el silencio absoluto de mi estudio, siento como si la finca entera me estuviese espiando, pero soy yo quien los escucho, quien se asombra de sus vibraciones cotidianas. Me planteo ahora, mi marino, si no será todo lo que percibo un acertijo como el misterio que esconden tus ojos verdes. Puede que después de todo, aparte de dejar de ser un zombi por escribir, tenga unos códigos inalterables pese a cualquier circunstancia. Lo dicho: solo falta no bajarse más del caballo y que cuando me vuelvas a chocar la cabeza despidiéndome, no te robe más la bolsa.


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