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Otra noche de muerte dulce


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Despreocúpate y olvídate un rato de ti. Muérete lento como el otoño al desnudarse, sin que te importe nada aparte de la belleza. Despréndete de lo trazado por otros, del agobio por no sublevarte. Abraza a la muerte sonriendo al misterio. Aquello que no es bello te desprotege frente a los reflejos de un lenguaje publicitario que ha matado al planeta. No hay nada más irrisorio que tus rabietas de niño cuando te manchas de sangre que no merece la pena, alejándote del destino de alcanzar la comedia, o de al menos provocar una mueca cómplice a quien te lea.

Aprendiste de mí el valor de la acción cuando eras solo un veinteañero centenario sabio como un árbol. Ahora te pido que te rías bien fuerte, vertiendo la copa en su sexo. Cólmate de textos hasta que alguien se crea que te has vuelto majareta. Te salvarás si no tiemblas en los rituales cruciales y eres el hereje de la tribu; si consigues ser paisaje al anochecer, ser el amor que os mata mientras se escucha un gemido comprimido y la oscuridad estremece.

Deshójate con un beso. Piérdete en el bosque, forastero. Te reencontrarás tras las lluvias, irreconocible, por fin habiéndote despojado de la absurda función que no amas. Si lo leído no te trastoca, desiste. Si con lo escrito no te entran ganas de morderte los labios más fuerte, guarda la empuñadura para siempre. Supera la náusea a tu estilo. Celebra el paraíso, la vida creadora, el placer derramado de los días.


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