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Matarnos de la risa


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No te falta razón, Alaín. Me tomo tonterías muy a pecho y no disfruto todo lo que debería. Hay en mí una risa muy profunda que pugna por salir a flote. Solo me río por dentro. No es que pase los días siendo un infeliz, ni mucho menos, pero la mayoría de las veces abordo mis ideas desde una gravedad que puede resultar si no exagerada, contraproducente para mi cabeza. La comedia da mejores resultados y encima te diviertes. Aunque con lo cómico me sucede igual que con la poesía, no acepto que a cualquier ocurrencia la llamen verso, tampoco el chiste burdo sin ingenio.

Defiendo una comedia mística y humanista. Tengo fe en la trascendencia, en lo que nos queda por descubrir. Mis dioses son chiquillos jugando en otra dimensión dentro de mucho tiempo. No creo en una religión triste que prohíba placeres. Creo en la comedia que es esperanza y transformación. Me veo en un viaje que acaba de empezar, en un universo inagotable, donde me parece ingenuo creer que la muerte no sea una fiesta y que todo acaba aquí. Cuando uno se siente tan abrigado rodeado de estrellas y de letras, se puede mofar de sus torpezas y acabar de un soplido con la inseguridad.

Lo de apostar por una comedia humanista te lo digo porque creo en mis semejantes. Porque somos mejores personas si afrontamos los retos sociales con el fino aguijón del humor. La risa es igual que el amor: no hay vez que no salga victoriosa resistiendo, embestida tras embestida, los dramas menores. Reírse en soledad es un deleite. Reírse acompañado en el teatro es la mejor protesta, convivencia que no debe romperse con las cornamentas de bestias iracundas que han olvidado sonreír.

Permíteme, hermano, que me sirva otro vino de pelea mientras me despido. Qué difícil es en política no enfurecerse, devolver las ofensas sin aspavientos, con una daga irónica que traspase la piel y desangre. Un buen político nos tendría que matar de risa con la verdad. Me imagino la reacción a su discurso, las jetas grisáceas y avinagradas de sus contrincantes. Aunque llegado a este punto, habría que diferenciar entre los políticos ridículos y los nobles políticos. Una cosa es un circo y otra bien distinta el Parlamento.


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