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El arte o la muerte


Noah

Le suda la mano mientras apunta a su nuca. Siente el frío del revólver. Lo asocia a la frialdad necesaria del asesino. Su lunar es la diana perfecta, una mancha repugnante. Debe disparar. Poner punto y final a esta escena de mal gusto. En la televisión babea el presentador de la farándula más popular del país. Va a gastar una segunda bala contra la estúpida pantalla. Desea adentrarse en el abismo, perderse por algún sendero fino y oscuro que le lleve a una torre abandonada. Se cansó de su marica casero y quiere amar a otro hombre. Deslizar su lengua sobre otra espalda, navegable, para amanecer en la cala de sus sueños.

Se casaron hace años. Fue uno de los primeros matrimonios homosexuales de España. Dos enamorados con una historia apasionante por delante. Así pasó el tiempo, entre revolcones, teatros, viajes. Pero algo empezó a pudrirse tras los primeros cohetes y las noches locas de travestismo y bragas por los tobillos. Algo que muerde al corazón. Se dio cuenta de que su pareja es puro postureo. Tras la apariencia cultural del azafato de museo, solo hay una conciencia mugrienta con vistas a un paraje inhóspito. Tiembla. Quiere cargárselo. Hacerlo desaparecer. Golpear esa piñata vacía que tiene por cabeza. Una gota de sudor resbala por su sien. La gota del desconcierto. Tiritan con una música escalofriante sus dientes. Ahora o nunca, piensa. Tan solo consiste en apretar el gatillo, ser por una vez valiente, asumir con heroísmo las consecuencias. Nota de pronto descomponerse el esfínter, su pantalón mojado de miedo. Recuerda la vez que de niño se meó en clase, la vergüenza ante los ojos de sus compañeros; y también el día que hubo que ponerle los pañales al abuelo. Ahora la rabia le avasalla mezclada con el estrépito de los anuncios. Voy a disparar de una puta vez, dice en alto. Su marido gira incrédulo la cabeza ciento ochenta grados, como un fantasma, hasta que se retan con la mirada los amantes.

Los amantes distanciados. El desamor. Las lágrimas se le despeñan por la mejilla, es el remordimiento anticipándose. Una fuerza ajena maneja sus impulsos. Cae de rodillas, con la pipa erguida aún amenazante. Se arrastra sollozando hacia el sillón. Dispara contra el careto del presentador como respuesta a un comentario imbécil que ha soltado. De un salto intenta quitarle el arma. Forcejean. Ruedan. Suena otro disparo. Un quejido. Hay una frente sangrando. Suena un tercer disparo. Se desangra un pecho. Abatidos se observan estupefactos, aún con fuerzas para escupirse y dejar en la última instantánea de sus vidas una mueca de piedra como moraleja para el espectador.


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