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Última noche en la Tierra


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-Al cementerio de Poblenou -le dijo a la taxista tras cerrar la puerta.

A las tres de la madrugada, el taxi circulaba solo por la Diagonal. Miriam contemplaba, desde la ventanilla del asiento de atrás, a una chica pelirroja caminando alegre con una carpeta gris y las medias rotas. También se cruzaron con un mendigo que arrastraba su carro andrajoso y con dos tipos enormes y rapados. Parecían porteros de discoteca o traficantes de armas. Disfrutaba la tranquilidad de sentir suceder lentos los segundos, al compás del silencio musical, con Vetusta Morla de fondo. A Clara, la taxista, le extrañaba el destino de su pasajera a esa hora de la noche. Le encanta imaginar las vidas que ve por el retrovisor, sobre todo las que expanden una química especial.

-¿Quieres que te lleve a la entrada principal? –preguntó Clara.

­­

-Sí

No suele hablar con sus clientes, pero esa vez le invadió la curiosidad. Detrás del gesto amargo del primer instante, irradiaba algo distinto. Una energía en la mirada, una plenitud desconcertante. No sabía cómo abrir la conversación. Ni se atrevía a preguntar nada que rompiera su paz. Desde que la vida le cambió de forma radical, Miriam suele ir al cementerio después de tocar durante horas la guitarra. Costumbre que se ha ido formando sin premeditar. Consecuencia del estado espiritual que alcanza en la soledad de sus ensayos.

-¿Te gusta Vetusta Morla? -se atrevió Clara finalmente a preguntar al verla tararear.

-Me encanta este tema, Boca en la tierra es buenísimo.

-Ya ves –dijo sonriendo.

-Maldita dulzura también me gusta mucho…

-A mí también. Ahora te la pongo.

-¿Te importa si me voy liando un porro de maría?

-Es mi última carrera… Puedes encendértelo si bajas la ventanilla y me pasas una calada.

Miriam solo fuma en noches como aquella. Noches cantando a lo inasible. En este momento de su vida, ha recobrado el impulso de su juventud, como si un túnel hubiese conectado sus treinta y siete años con sus sueños de universitaria. Entremedias, todo este tiempo, entendido ahora como un sinsentido. La profesión equivocada. Un círculo que se estrecha cada vez más, hasta ser una anilla en la garganta. Pero hay sorpresas macabras que cambian el transcurso de los acontecimientos y activan la cuenta atrás. Es el caso de Miriam que, una aciaga mañana, tras la cita con la doctora, sintió la parálisis repentina de los que ven la boca de la muerte aproximarse.

-¿Has quedado con alguien en la entrada principal? –preguntó Clara.

-No me espera nadie. Viajo sola por la ciudad.

-¿Vives por allí cerca?

- Vivo justo donde te he parado.

-¿No vas a ninguna parte?

- Al mismo cementerio.

-Pero ahora está cerrado

-Tengo la llave.

-¿Trabajas allí?

-¡Qué va!

- Qué misterioso es todo, ¿y qué vas a hacer? ¿Hablar con los muertos?

Clara se recorre Barcelona siete horas cada noche. Al terminar su jornada, desayuna en el bar de abajo de su casa antes de meterse en la cama. Lleva ya cuatro años así, viviendo todas las lunas, mirando de reojo las esquinas, yendo y viniendo del aeropuerto, esperando en las paradas, descargando maletas, maldiciendo a los inútiles que no saben conducir. Le gusta su oficio, aunque tras su lesión con el equipo de waterpolo, nunca se imaginó su nueva vida al volante. Después de un interludio, decidió ponerle coraje y salir a las calles para ganarse el pan y pagarse sus caprichos.

-Ha estado bien traerte hasta aquí –dijo Clara.

-¿Por qué no entras conmigo?

-¿Pero qué vas a hacer?

-Vengo a hablar con mi hermana. Hace diez meses que murió.

-Lo siento. No creía…

-A ella le gustará que vengas conmigo. Seguro que le caes muy bien.

Hasta el amanecer estuvieron sentadas frente a su tumba. Se contaron sus vidas. La mañana fatídica que Miriam acompañó a su hermana al hospital a por las pruebas. La lesión de Clara y el adiós a su carrera deportiva. Los viajes. Sus parejas. Lo que le piden al futuro. El trabajo diario en el taxi. La apuesta por la música como sustento anímico y por qué no material. El abandono de un gran sueldo que le estaba exprimiendo su ser. Los miércoles sin taxi que los dedica a liarse con un hombre que solo le aporta sexo. Siempre se jura que será el último polvo, pero reincide.

-Si quieres podemos seguir juntas un rato –dijo Clara rompiendo un breve silencio –Te invito a desayunar a mi casa.

-Mejor en la mía. Y te toco un rato la guitarra.

-¿Tus canciones?

-Vas a ser la primera persona que las escuche. Soy muy reservada para algunas cosas.

-Será un privilegio ser tu espectadora en un concierto íntimo.

-Todas las canciones hablan de mi hermana, aunque aparentemente no lo parezca. No son tristes, bueno, quizás solo una…

Al llegar, bajaron las persianas para que la luz del día no cortase la noche tan pronto. Miriam sacó de la nevera unas cervezas y empezó su primer concierto. En las calles arrancaba la mañana de un día laborable cualquiera. Arriba, en un quinto sobre el suelo, sonaban las canciones como embestidas contra el destino. Hubo un momento en el que Miriam apoyó la guitarra en la pared y fue a la nevera a por más cerveza. Clara, emocionada, la siguió. Le tapó los ojos por la espalda. Al darse la vuelta, empezaron a besarse como si fuese la última noche en la Tierra.


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