Mucho más que una oficina
Descansaré unos días del aluvión de preocupaciones. De los objetivos comerciales y de dar coba a gigantes de barro. Voy a vivir solo para mis escritos. Estoy en un pueblo perdido de Castilla rumbo a Galicia. Desde la ventana del hotel veo la estación, solitaria, de la que saldrá mi tren al amanecer. Me rodean latas de cervezas estrujadas, chustas y bolas de papel por el suelo. Mentira. Solo quería pintar una estampa típica de poeta ebrio, enloquecido por tu culpa, pero son las doce de la mañana de un viernes de oficina. El único hotel que existe flota en mi imaginación. La estación es también una gran biblioteca, un santuario frente a lo que me perturba. No hay escena que no guarde significado, al igual que los sueños. Esta misiva es una inyección para soñar despierto, una cápsula del futuro que me invita a concederme una tregua y olvidarme de todo. Me dejo llevar con la seguridad de que el fin del invierno es el preámbulo de una primavera teatral apasionante.
La noche avanza inquieta y dulce allí. Aquí me quedan un par de horas para comer en cualquier bar de Bonanova. En el hotel acabas de salir desnuda de la ducha. Eres un cuerpo deslumbrante y una pequeña mata de negro pelo. El director se ausentó y puedo escribir sin que nadie me atosigue. La secretaria se ha puesto los cascos para ver una serie. Me encuentro bastante bien. Para nada me siento enclaustrado en la oficina, aunque preferiría descansar en esa habitación contigo, ahora que te deslizas por la cama desde mis tobillos hasta los huevos. La secretaria me mira y sonríe. No tengas celos. Somos cómplices del escaqueo laboral. La verdad que hemos trabajado mucho durante la semana y no creo que se resientan las ventas por un rato de ocio y fantasía.
Acabo de recibir un mensaje en el móvil de la secretaria. No me lo creo. Tontea conmigo, ¿por qué no me habla si estamos a solo diez metros?, ¿a qué juega? Quiere que le ayude a bajar unas cajas al sótano. Siempre lo hace sola. Además, pesan poco. Nunca me había mirado así. Es un inmenso culo blanco, algo rosa después de darle un par de manotazos. Oh, gime mucho igual que tú. Le encanta duro. Nadie puede oírnos. Arriba, el pestillo evita cualquier sorpresa; abajo, es ella la que ahora manda y me folla la boca. Se balancea, afloja y luego de nuevo se mueve más rápido mientras empapa mis labios y mi barba.
De repente soy yo quien te lame el clítoris y tú se lo lames a la secretaria. Es el regalo que me pedías, tu fantasía. Te he hecho caso. Disfrútalo. Pero a mí no me traigas a un tío, por favor. No me atrevo aún. Ella se ha ido a fumar un cigarro y yo sigo tecleando. No me cabe la sonrisa en la cara, pero es todo mentira, o no. Últimamente se cumple lo que escribo, son como profecías de mago. Mañana va a ganar el Atleti al Sevilla y a la noche vamos a quedar los tres juntos. Voy a invitarla a casa. Si viene con el novio podemos hacer un intercambio.
La oficina es mucho más que una oficina, ya lo sabes. Mi mesa es como un pequeño aeropuerto del que despegan aviones de ideas como estrellas polares para no perderse. Son aviones silenciosos que cruzan la ciudad y solo tú y yo los vemos. En uno de ellos viajamos. Dejamos Barcelona dos semanas para aterrizar en otro continente. Mi libro brilla en tu mano. O es tu mano la que brilla, no distingo. Es una niebla entre tus dedos lumínicos, la mano con la que escribes, tus dedos que rozan, dos anillos enlazando el amor y la sabiduría, un hilo de oro del que tiras desde mi mente, pues soy yo, más que tú, la musa.
Se me ha pasado el tiempo escribiendo. En breves cerramos. Suena el teléfono para preguntar por un piso en Muntaner 515 que cuesta ochocientos cincuenta mil euros. El mercado inmobiliario es una locura. Tras un año en esto, no tengo ninguna duda de que las administraciones tienen que intervenir y que cada propietario no puede creerse un Quijote viviendo en palacio. Sobre los cielos del océano, o en el hotel, te has quedado dormida en mi hombro. Aquí, tras los cristales, los coches han desaparecido de la corrompida Via Augusta. Un tigre se ha parado frente al escaparate y me mira fijamente con sus ojos verdes.