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¿Quién querría ser taxista?


Adrià Moya Cangueiro

Las horas se dilatan y se comprimen a su antojo tras el volante. Barcelona, hay días en los que tus arterias se expanden haciendo que mi taxi emprenda un vuelo rodado sobre el asfalto. Sin embargo otros, el intenso tráfico ensombrece tu calma y amarga el aire que respiramos, tus calles se cierran en banda y es necesario coger aire y sumergirse en el peor de los atascos como un buzo que atraviesa una cueva subterránea. Te vuelves arisca y gruñes como un gato asustado.

El taxi, pequeño refugio negro y amarillo que recorre Barcelona incansable, desde la Barceloneta al Carmel, desde el Raval a Roquetes, desde Prim hasta Pedralbes. Atravesando su Eixample, trazado a escuadra y cartabón.

Barcelona, he observado cómo respiras, cómo lates, cómo evolucionas. Tu rostro cambia con las estaciones, luces brillante con tus treinta y seis grados en verano, cuando los turistas perlados de sudor se refugian en mi asiento trasero y te escondes misteriosa y distante con la bruma de invierno que oscurece tus fachadas de otro mundo, cuando el viento sopla fuerte y doblega los paraguas.

Tus calles emanan vida, Barcelona no descansa y el Taxi se mantiene siempre silencioso y constante, a su lado. En marcha antes, mucho antes, de que salga el sol y hasta altas horas de la madrugada. Siempre con Barcelona y su gente, en los peores momentos, sin rendirse y sin miedo, mostrando su lado más humanitario. Y en los mejores, cuando no damos abasto y rodamos de un rincón a otro sin descanso.

Y qué decir de la gente, de los centenares de usuarios que han pasado por mi taxi cada uno con su historia. Vidas que se cruzan con la mía unos minutos para después seguir su camino. Cada día es diferente. Hay magia en el taxi, tal vez sea el reducido espacio compartido con un desconocido que crea un clima relajado e íntimo similar al de un confesionario, el taxista es alguien a quien no vas a volver a ver y eso genera una confianza extraña pero agradable.

Los de aquí, los de allí, los que vienen por primera vez y descubren maravillados Barcelona, los que se van y se despiden de los suyos en el Aerobús. Los que contagian buen rollo y a los que desearías no volver a ver, los que no hablan, los raros, los que te tiran la caña. Los que tienen prisa, los que no, los que no pagan, los que dan más propina de la cuenta, los que dicen “es la primera vez que cojo a una chica taxista”, los que se interesan por mi vida, los que explican la suya, entera de corrido sin puntos ni comas. Los que lloran porque van al tanatorio y los que vienen con un gran ramo de flores porque acaban de ser abuelos por primera vez. Los que te indican el camino exacto porque creen que es el mejor aunque yo sé que es el peor y los que se relajan y te dejan elegir confiando en tu profesionalidad. Los que vomitan, los que se duermen, los que ni si quiera dan los buenos días y no paran de hablar por teléfono, los que se despiden con un abrazo o un apretón de manos, los que hablan de política, los amables, los malfollados.

A todos y cada uno de los clientes que he llevado, a todos los usuarios del taxi, os doy las gracias. Incluso a aquellos que cogen un Cabify porque llegan tarde al trabajo y no pasan taxis. Os entiendo.

El Taxi necesita un cambio, una evolución, como servicio público, necesita que las partes implicadas tomemos conciencia y mejoremos un servicio que se ha quedado algo estancado en el pasado.La solución no es difícil, basta poner cada uno su granito de arena, el modelo lo tenemos delante de las narices, ofrecer más información al cliente, tanto del conductor como de la ruta, valorando la posibilidad de ofrecer un precio cerrado, eso sí, siempre regulado y legal no según demanda, wifi y cargador. Estar localizables a través de una App de uso obligado y gratuita que conecte al usuario con el taxista. Son muchas las propuestas, hay futuro para el taxi.

Por eso luchamos, por eso se ha decidido parar estos días de agosto cuando el sol cae a rabiar sobre las carrocerías negras y amarillas. Hay miles de taxis parados en la Gran Vía, es una imagen insólita y desconcertante. Hay taxistas en sillas de camping jugando a cartas o al domino. Con sábanas viejas se improvisan toldos y colchones en los maleteros pero no hay quien pueda escapar del bochorno que azota el centro de la ciudad a mediodía, algunos descamisados se refrescan en las fuentes. Hay cientos de grupos donde se habla sobre el problema, se bromea, se dan la mano y se saludan con fuertes palmadas en la espalda. Hay familias con críos que juegan a bolos, hay algunos que leen un libro en un banco a la sombra. Se ofrecen bocadillos y botellas de agua. Incluso hay lugar para una paella en plena Gran Vía con Paseo de Gracia.

En los ojos de los más mayores se puede leer la preocupación, taxistas que después de más de treinta años rodando están de vuelta de todo pero siguen luchando por nosotros, los que nos quedamos, los que seguimos sus pasos. A pesar de que también hay los que deciden montarse su fiesta particular, hacerse notar de la peor de las maneras, los más radicales, los que atacan con violencia a la competencia y molestan a los vecinos, sin ser conscientes de que con sus actos son los peores enemigos del Taxi.

Por eso en Barcelona no todos los taxistas están en Gran Vía, hay miles que tomarían otras medidas, que desaprueban esta huelga indefinida y desde sus casas lamentan la situación, no se ven representados por La Elite y su tono belicoso. Son muchos también los que dan vueltas y más vueltas a una posible solución, a una huelga más original como trabajar gratis durante una semana para que la ciudadanía, nuestra gente, no termine pagando las consecuencias.

Son muchos los taxistas que no pueden dormir por la noche, los que tienen las teclas de la calculadora desgastadas y por más cálculos que hacen no saben cómo van a pagar los gastos de este mes. Porque no nos engañemos, los mayores perjudicados en esta huelga son los bolsillos de los propios taxistas. Pero todos respetamos la lucha. Sabemos que es ahora o nunca.

La imagen de Barcelona estos días también nos preocupa pero no debemos olvidar que Barcelona es guerrera y luchadora, no duda en ponerse en pie por una causa justa y esa también es su imagen, la lectura que se da al mundo entero. En algunos medios se da a entender que se ha sembrado el caos pero en Barcelona se circula con total normalidad, incluso en la Gran Vía, cuya circulación está limitada a un solo carril, pero no está cortada. Nadie mejor que un taxista sabe que la ciudad en agosto descansa, se adormece. El caos no existe.

Se respira hermandad. Flota en el ambiente el orgullo de ver que por primera vez el sector se ha unido en una sola voz. Ni un paso atrás corean y esta vez va en serio. Madrid, Valencia, Sevilla, Málaga, Bilbao, Mallorca, La Rioja, Zaragoza, sin su apoyo no hubiera sido posible, todos estamos unidos en un grito desesperado porque sabemos que lo peor aún está por llegar.

Por supuesto, el portavoz de Unauto (Uber y Cabify), no escatima en adjetivos denigrantes contra los taxistas, nada menos que terroristas que secuestran las grandes ciudades y chantajean al Gobierno y a los ciudadanos con el simple propósito de salvaguardar su monopolio. Se lo tienen bien aprendido, cada tres frases pronuncian la palabra monopolio para que cale hondo. Estas empresas cuentan con el apoyo de la Comisión Nacional de Mercados y Competencia y su director el señor Marín Quemada que defiende a capa y espada un tipo de “economía colaborativa” apoyando a empresas como Uber, AirBNB, Deliveroo y en numerosas ocasiones también ha asegurado que el Taxi es un monopolio.

¿De qué monopolio hablan, señores? El taxi, entendido como hasta ahora, es lo menos parecido a un monopolio. Cualquiera puede entrar en este mercado y ser propietario de una licencia de taxi, respetando las normas y la ley, pasando un examen, pagando unos ciento cincuenta mil euros por una licencia (precio establecido por el mercado), pagando cada mes Seguridad Social y cada tres IVA e IRPF, impuestos que se quedan en este país para hospitales y escuelas públicas, tal vez le suene de algo. Debería sonarle ya que ostenta usted un cargo público, debería haber medido sus palabras y haber mostrado solidaridad en lugar de posicionarse a favor de multinacionales que tributan en paraísos fiscales. Como dice mi compañero de ATC, Joan Barreras, usted no es más que "una zorra al cuidado del gallinero".

Los taxistas somos autónomos que contribuimos. Solo en Barcelona, somos más de diez mil pequeñas empresas, familias que aspiran a ganarse bien la vida, no conozco a ningún taxista millonario pero sí tenemos la posibilidad de, con mucho esfuerzo y horas, poder tener un sueldo digno.

Pero ustedes sí quieren romper un mercado, dicen que también dan de comer a quince mil familias, que se preocupan por su futuro. ¿De verdad ustedes creen que una familia come y se paga el techo con ochocientos euros al mes, doce horas al día? Ustedes sí quieren crear un monopolio, saben que la situación es insostenible para el Taxi que la competencia salvaje haría que miles de taxistas quedaran desbancados y entrarían ustedes con sus precios abusivos según demanda. Eso, sería un monopolio. Así que dejen de engañar, dejen de decir que cumplen la ley, que están suficientemente regulados. Ustedes están tensando la cuerda, su actividad no respeta la ley, ni la proporción, invaden competencias aprovechando un curioso vacío legal para conseguir licencias ilegales, ustedes recogen pasajeros en la calle delante de nuestras narices.

No queremos acabar con las VTC, han convivido con el Taxi desde hace mucho tiempo, siempre con una proporción muy clara: 1VTC/30 taxis. En Barcelona hay 1VTC/2.7 taxis en este momento, no es necesario. Por favor cumplan la ley y dejen de especular. Déjennos seguir con nuestro trabajo, busquen otro nicho de mercado, inventen algo nuevo, no arruinen un servicio público que ha funcionado siempre. Márchense.

Después de una semana de huelga, me refugio en mi estudio y cierro los ojos, me visualizo subiendo por la calle Aribau con Jasmine Thomson en el reproductor, observando la vida en esta ciudad. Es curioso, de todos los trabajos que he tenido ninguno me ha enganchado como este, no he amado y odiado a partes iguales ninguno, echo de menos los semáforos, las calles, a la gente. Después de una semana de huelga me doy cuenta de que hace cuatro años tomé la decisión correcta. Todos me decían quién querría ser taxista; estar encerrada 8 horas en un coche, entre atascos, semáforos, pitidos…

Yo decidí ser taxista y lucho para poder seguir siéndolo.

Fotografía: Adrià Moya Cangueiro


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