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Veniduerme

No se sabe si Dante en bañador surgió de los mares o se sumergió en ellos para tomar la distancia y perspectiva con la que un bañista observa a la muchedumbre cuando se aleja de la orilla unas decenas de metros. Sí, quizás sea esa su poética y luego surge del agua empapado de lo que ha visto y con una idea clara, con la misma de siempre, de las gentes bajo sus sombrillas, de la humanidad. Porque siempre hay moros en la costa y pijos y fachas y progres y modernos del amor y cada cual con su tema y con su ideología de barra de bar y su orientación sexual y todos creyendo estar en posesión de la verdad o ser el ombligo del mundo, que es decir de las pantallitas en las que lucen los bogavantes que se comen o las nalgas recién depiladas para la ocasión veraniega.

Extraña Babilonia Veniduerme, tiene algo que fascina pero que me excede y satura tanto a nivel intelectual como a nivel epidérmico. Hay algo que no encaja, es una metáfora del mundo, del desguace humano. Calles de meadas y cagadas de homínido junto a rascacielos de lujo. Jóvenes bellos junto a viejos prematuros y desahuciados. Al que no le falta una pierna, le falta un ojo o un brazo, en serio, no he visto tanto tullido junto en mi vida. Había una calle que era así, un desfile esperpéntico de mancos, cojos y tuertos. De viejas putas y borrachos terminales. Y mucha carne, mucha carne en exposición, barrigotas de guiris, tetazas sonrosadas de extranjeras nórdicas, culos imposibles de sudamericanas. Jubiladas haciendo ejercicio programado en la playa a las nueve de la mañana, adolescentes de festival reguetonero a día y noche completos. Cuerpos de un tempus fugit delirante, la belleza y la decrepitud bailando pegadas, besándose. Labios carnosos y encías sin dientes.

Estampa de Veniduerme, costumbrismo al que no me acostumbro. El infierno es una playa, Dante en bañador.

Ven y duerme. Jamás despertarás. Un sueño perfecto, una pesadilla soleada. La paradoja definitiva que pone punto y final al mundo. No hay nada que tenga más sentido que un punto y final, que Veniduerme.

 

Y llega la noche. En el extremo oriental de la playa de oriente, en el saliente de roca que cierra la pequeña bahía intuyo un rojo casi negro que es la luna. Un sol nocturno amaneciendo soberbio en la noche de Sodoma. No quiero pecar de la misma soberbia que esa luna naciente, pero he sido el primero en intuirla cuando apenas ha asomado entre las peñas. De hecho, la tenía a mi espalda cuando me giré sin motivo aparente para anticipar la fugacidad de su surgimiento, cuando solo era un punto, un rescoldo inaugural asomándose. Es una de esas lunas insólitas que llaman de sangre. Enorme y roja, a ras de mar. Un planeta de lava. A partir de ahí, unos pocos segundos más tarde, la magia se ha ido al carajo. Todo el puto paseo marítimo, móvil en mano, grabando el proceso o sacándose fotos. La estulticia y estolidez del humano móvil en mano.

 

La belleza del momento radica en su fugacidad, en el hallazgo, en el breve regalo para la mirada. El zafio registro gráfico en un celular no solo no lo perpetúa sino que ni siquiera fija ese momento, lo aniquila, destruye su esencia. Miles de fotografías acumulándose en la memoria vacía de los dispositivos. Si a la vuelta del verano , alguno de los fotógrafos de ayer pasara revista al álbum estival, no creo que reconozca ese punto rojo, no creo que recupere  la visión de  hermosura plena, de momento revelador. Quizá ni recuerde el porqué de esa foto en la que solo se impone la luz de los rascacielos luminosos de Veniduerme. Seguramente sea así, alguien que borra una foto que no sabe por qué la tomó, porque en ella no se aprecia ningún motivo aparente, salvo un puntito rojo en el cielo, un efecto óptico, un defecto óptico más. La luz de volcán de la luna de ayer está en mi retina como la de otras lunas contempladas y por contemplar en otros parajes del silencio.

Dante en bañador volverá a las aguas que le vieron nacer, cogerá aire, se sumergirá, buceará los metros que sus pulmones le permitan, no muchos pero sí los suficientes para que, cuando emerja dándose la vuelta, haya puesto de por medio la distancia mínima necesaria para seguir observando como un entomólogo estudia a los insectos o para imaginar por un momento que se convierte en Neptuno, dios de los maremotos.

Dante en bañador

Hispanista sureño

Julio/2024

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